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¿Y a mí qué mierda me importa?

 “¿Y a mí qué mierda me importa?”, escribió el politólogo Guillermo O’Donnell en un ensayo clásico para poner la lupa sobre el vínculo entre la sociedad y la política en los 80. A esa sociedad apática interpelaba en aquellas líneas. Algo parecido podría pensarse aquí y ahora. ¿Puede existir algo peor que lo denunciado por la vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner? ¿Es posible acaso que debajo de la virtual naturalización de la violencia política hacia la persona de Cristina y de la sospecha de un encubrimiento del intento de asesinato ocurrido el 1 de septiembre pueda hallarse incluso algo más obscuro? Con el correr de las horas, queda al descubierto una potencial respuesta que no le va en zaga: la indiferencia de un amplio sector de la sociedad -incluida su dirigencia- que pareciera haber perdido los reflejos más elementales.

Cristina Kirchner se hizo eco en las redes sociales de un tuit del diputado brasileño Santana. En él, el legislador subrayó el testimonio de una exasesora del diputado Gerardo Milman, Ivana Bohdziewicz, quien relató a la Justicia un dato desconocido hasta ahora: que días después del atentado contra CFK, le ordenaron borrar el contenido de su celular.

Es importante mencionar que la secretaria de Milman ya había declarado el año pasado. En esa oportunidad dijo que había eliminado la información de su teléfono para proteger su intimidad. Sin embargo, el último viernes se presentó sorpresivamente en Comodoro Py. Allí exigió dar testimonio por tercera vez. El resto se sabe. Reveló que, en realidad, no había vaciado el teléfono por voluntad propia. Sostuvo que la llevaron a las oficinas de Patricia Bullrich. Que durante cuatro horas un perito eliminó todo lo que había en su dispositivo. Y agregó algo más: que ese mismo perito vació el celular de otra asesora y el del propio Milman. Huelga decir que, en aquel momento, Milman era jefe de campaña de Bullrich.

Lo sucedido es tan grave, que tanto el presidente Alberto Fernández como el Frente Renovador y legisladores del bloque del Frente de Todos manifestaron su preocupación. Pero, al menos por ahora, y a pesar de los pedidos de la querella de Cristina Kirchner, la investigación no fue profundizada por el Poder Judicial a pesar de las sospechas.

De continuar así, la novedad es que, evidencias al fin, podría inferirse que comienza a materializarse una ostensible erosión del tejido político e institucional que nos rodea, un síntoma más de eso que algunos denominan “democracia de baja intensidad”.

El desenlace de las últimas horas le suma un corte funesto al asunto. Máxime, para los que pensamos que la democracia será, de ahora en más, el parteaguas de la política y lo político, es decir, de aquello que servirá a los intereses de la ciudadanía para disputar la reproducción material y social de la vida. En pos de emprender la virtual deshumanización de CFK -y de lo que ella representa- que buscan infringir algunos sectores, ¿es posible apelar a cualquier tipo de complicidad?

¿Pueden saltearse los controles y garantías más elementales de una verdadera República? El peligro más grande ya se sabe cuál es. Lo describió O’Donnell con excelente literatura.



ambito