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Guzmán con líderes empresarios, para disipar rumores de devaluación

 Alberto Fernández está en alerta: ve a “devaluacionistas” detrás de todas las quejas u objeciones a la marcha del Gobierno.

Martín Guzmán fue contundente y trató de ser convincente: dijo que no iba a devaluar la moneda. El ministro afirmó categórico, en una reunión reservada: “No va haber devaluación”. Fue esta semana con un calificado puñado de líderes fabriles: la cúpula de la Unión Industrial Argentina.

Guzmán desplegó argumentos técnicos, habló de finanzas y sostuvo que no había motivos para especular con un salto cambiario. “Este –dijo– es un tipo de cambio de equilibrio”. Fue un mensaje a los mercados. Porque muchos operadores insisten en que el BCRA tendrá que producir un salto en el tipo de cambio.

Hay informes confidenciales de “lobos” de Wall Street que alientan una eventual devaluación antes de un acuerdo con el FMI. Esos “paper” argumentan que la falta de divisas, la caída de reservas y el goteo de billetes obligarán a llevar adelante una corrección cambiaria. Los “paper” de Wall Street señalan otra cuestión: el fuerte superávit comercial, se diluye fruto del temor a una devaluación.

Sucede porque el frente externo volvió a caldearse. Esta semana se creó un comité de acreedores de deudas en default de provincias: la Coalición de Tenedores de Bonos Provinciales de Argentina.

Los “lobos” muestran los dientes: las provincias dilatan los acuerdos externos por 15.000 millones de dólares y los gobernadores acusan a Economía de propiciar la lentitud. Sólo Omar Gutiérrez, de Neuquén –y Mendoza antes–, cerró con los acreedores.

Los invitados en secreto por el ministro fueron Miguel Acevedo, Luis Betnaza, Daniel Funes de Rioja, Carolina Castro y Guillermo Moretti. La reunión duró tres largas horas. El diálogo fue duro pero franco. Ningún líder fabril habló de atraso cambiario y nadie pidió una devaluación.

Pero el tema del dólar fue central. La brecha no cede y existe una profunda discusión en todos los ambientes económicos sobre el futuro del dólar. La cuestión se discutió con el FMI y es clave: el valor del billete determina los costos de la economía argentina.

El propio Alberto Fernández está en alerta: ve a “devaluacionistas” en todas las quejas u objeciones sobre la marcha del Gobierno. Desconfía de Wall Street y también de banqueros locales. La preocupación es obvia. Una devaluación haría recalentar la inflación y eso condenaría a una derrota electoral al Gobierno.

Jorge Carreras, el influyente vice del BCRA, elaboró un documento interno en el cual justifica el actual valor del dólar. Ahora es una Biblia para la Casa Rosada y dice que “el actual tipo de cambio es de equilibrio”.

El quinteto fabril escuchó en silencio los argumentos del ministro. Para Guzmán, la corrida cambiaria del tercer trimestre se superó. Un “memo” de Economía –que se distribuyó- dice que la situación tiende a una normalización. Miguel Acevedo contragolpeó. Primero admitió: “El tipo de cambio no es bajo”. Pero después se lanzó: dijo que es imposible sostener una brecha del 100%.

Y remató: “La brecha se genera por la falta de confianza política y las expectativas negativas”. La cuestión abrió un intenso debate. El ministro exhortó: “Ustedes me tienen que creer”. Los hombres de negocios respondieron que el problema no era técnico, sino político. Se refieren a las evidentes diferencias entre Alberto y Cristina. Hace 40 días que no se hablan y se acumulan tensiones.

También, a la falta de un rumbo concreto de la Casa Rosada y a las señales antiempresa que emite en forma periódica el Frente de Todos. Asustan las vetustas ideas de la vice y el endurecimiento de Máximo espanta a los hombres de negocios.

Máximo se presentó ante los empresarios –en cenas con banqueros- como pragmático y se referenció siempre en su padre. Ahora se parece cada vez más a la intransigente y antigua Cristina. Guzmán también habló contra la devaluación en la reunión con la Asociación Empresaria Argentina.

Esa movida fue política y buscó un objetivo: darle fuerza y potencia a sus afirmaciones con la presencia de la propia misión del FMI. Alberto se juega todo al acuerdo con el FMI. Antes denostado y criticado, ahora el Fondo es una tabla de salvación en medio del tsunami económico que enfrenta Argentina.

Se trata de un criterio similar al de Mauricio Macri. El ex presidente imaginó que el millonario préstamo del Fondo iba a estabilizar la economía y podría lograr la reelección. En otras palabras: la solución depende de Argentina, no del FMI.

La apertura a AEA y a la UIA es una movida política del ministro, para buscar apoyo y consenso. El diálogo fue bien recibido, pero no cambió el malestar por el impuesto a la riqueza. Acevedo se lo dijo en la cara: “Esto es un disparate”. Y Funes de Rioja agregó: “Es un impuesto contra la inversión”.

El ministro intentó marcar las contradicciones de los reclamos. Así les respondió: “Vos, Miguel, ¿decís que querés bajar el déficit? ¿Y de dónde pretendés que saquemos dinero?”. Guzmán después aflojó y repitió lo que le había dicho a AEA. “Es por única vez y por una situación extraordinaria”. Pero entre los empresarios existen dudas. Ya Alberto prometió –en privado- correcciones que nunca llegaron.

El Fondo se mantiene en silencio: la propuesta de Carlos Heller es funcional al deseo del FMI de profundizar el ajuste.

Marcelo Bonelli