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La gran oportunidad… por Susana Merlo

Aunque el porvenir es más incierto que nunca, y el tema sanitario es excluyente, igual es necesario (para todos) seguir produciendo y en el campo, a pesar de todo esto, ya hay algunas certezas, por ejemplo, que este año va a ser algo peor de lo que se esperaba, y que el próximo tampoco traerá la postergada recuperación con la que se podía especular hasta hace 1-2 meses atrás.

También se sabe que la economía mundial va a ser mucho más chica después del CODIV19, y que la situación de la Argentina, que ya era apretada, será más compleja todavía. Esto significa que tanto afuera, como adentro, habrá menos plata para gastar, y que la recesión será muy importante, aunque pocos se animan hoy a “tirar” algún número sobre el retroceso que va a sufrir la actividad económica global.

Pero también se sabe que, pase lo que pase, y aunque se restrinjan un poco los volúmenes, y/o los precios bajen, la gente va a seguir comiendo, y el de alimentos es el último gasto que se recorta. La prueba está en China que tras haber controlado, aparentemente, el tema sanitario, ya comenzó a volver paulatinamente a los mercados y los primeros movimientos fueron, justamente, en el área de alimentos y subproductos para su producción.

Otra cosa que se sabe (aunque algunos quieren obviarlo) es que la Argentina, por sobre todas las cosas, es una gran productora (aunque con mucho menor peso que en el siglo pasado), y que el país muy difícil que quedará post pandemia, va a requerir en forma imperiosa de divisas que casi el único que podrá generarlas es el campo, ya que el petróleo por un tiempo indeterminado se derrumbó, y es difícil pensar en que el turismo se pueda recuperar rápidamente.

Con estas pocas certezas, en medio de un mar de dudas, sin crédito, ni divisa y, hoy por hoy, casi sin mercados, los productores deberán amañarse para encarar una inversión de, al menos, U$S 12-15.000 millones, afrontando el desbordado costo argentino, y “sin red” de protección, para encarar la campaña 20/21 que arranca en unas pocas semanas más.

Es cierto que hasta ahora las prioridades, tanto del Gobierno como de la propia sociedad, pasaron por otro lado, y la cuestión sanitaria fue excluyente. Pero inmediatamente después se deben afrontar los otros males que conlleva la pandemia, como la recesión, la caída de fuentes de trabajo, los altísimos costos en salud, etc.

Lamentablemente, la velocidad de las respuestas no siempre va siendo acorde a las urgencias, más aún, cuando a nivel mundial no existen los antecedentes de una situación tan grave, lo cual empeora con la falta de experiencia de muchos miembros del gobierno nacional, y también de los provinciales que, en el mejor de los casos, cuentan apenas con conocimientos teóricos, que alcanzan mucho menos en los momentos de crisis.

Aún así, con déficits, hasta ahora la orientación de las medidas va siendo buena, porque el Poder Ejecutivo asumió el liderazgo de las acciones, aunque también porque casi inmediatamente se armó un equipo asesor de especialistas, por encima incluso de muchos de los ministros, para ayudar a definir las prioridades, las acciones, y hasta las “opciones”.

Desde ese punto de vista, seguramente va a pasar lo mismo con la economía y la producción, para evitar todo lo que se pueda que los daños económicos se sumen a los sanitarios.

Por supuesto que no es fácil porque, lamentablemente, Argentina está entre los países sin recursos (versus los desarrollados con cifras astronómicas para inyectar en sus economías), pero esta crisis debería servir, al menos, como una gran oportunidad para hacer los cambios y correcciones pendientes que permitan volver a ser un país eficiente, y con alta calidad de vida.

Se sabe, por ejemplo, que muchos de los que trabajan no tienen ingresos acordes al esfuerzo, o a la capacidad, sin embargo, a la par, hay muchos otros que ganan “sin” trabajar, y otros tantos con ingresos “muy” superiores a la productividad que muestran.

Lo mismo pasa con los sectores. Los hay muy eficientes, en general sobrecargados por altísimos impuestos, y otros que son “mantenidos” por el erario público (o sea, por todos) porque son incapaces de mantenerse solos, y mucho menos competir.

Esa transferencia de recursos debería terminar si es que se pretende lograr una política impositiva soportable en algún momento.

La cantidad de costos “evitables” que hay en el país es infinita, las cargas injustificadas y ocultas en el mar de burocracia son abrumadoras y, frente a eso, es apenas un número reducido de la población –trabajadores y empresas– los que soportan el peso de la ineficiencia de los estados.

Por eso es justamente en las crisis, cuando ante lo inevitable, se puede hacer la cirugía mayor que termine, al menos, con parte de las prebendas y las ineficiencias de arrastre.

Es la gran oportunidad para el país en su conjunto, pero también para el sector agroindustrial en particular que, si logró sostenerse y competir en el mundo hasta ahora, aún con las cargas y restricciones del sistema, seguramente lograría el postergado despegue con la remoción de estos escollos.

Mientras tanto, otra campaña mediocre (la actual), y una perspectiva poco alentadora para la próxima, que hacen prever que los próximos ingresos por exportaciones, no van a superar los U$S 25-27.000 millones que podría aportar el campo y la pesca, y no mucho más ya que el resto de los rubros prácticamente quedan fuera de competencia si no hay ayuda oficial, y ya no se pueden pretender más transferencias.