Entre los años 50’ y 60’, la Fiebre Hemorrágica Argentina o mal de los rastrojos enfermaban a miles de personas. Es una enfermedad viral grave que afectó a Buenos Aires, Santa Fe, Córdoba y La Pampa y es considerada como “la enfermedad de los trabajadores agropecuarios”.
En ese entonces, gracias al tratamiento de plasma inmune pudieron reducir la mortalidad de la enfermedad del 30% al 1%.
No es un tratamiento nuevo: el plasma inmune, o la transfusión de suero de pacientes recuperados, se utiliza hace más de 50 años en la República Argentina.
En ese entonces, el médico Julio Maiztegui estaba a la cabeza de los tratamientos de plasma inmune: se transfundía la sangre de los que se habían curado para tratar a los nuevos pacientes. Suministraban las dosis a los pacientes al octavo día de presentar síntomas como fiebre y malestar.
Este tratamiento podría ser clave para contraatacar el COVID-19: es una técnica de más de 100 años que es utilizada en todo el mundo, no solo en Argentina.
En Estados Unidos, lanzaron un proyecto nacional que recluta a los recuperados de COVID-19 para que donen plasma y así curar pacientes con este método. Para donar, es necesario que hayan pasado 21 días sin virus.
El plasma de las personas que se recuperaron de la enfermedad, ayudará a pacientes infectados con COVID-19 a crear anticuerpos para derrotar la enfermedad.
Estados Unidos cuenta con casi 20 mil casos de recuperación en el país y más de 300 mil casos activos: ¿alcanzará el esfuerzo?
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