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La construcción ficticia del albertismo

Argentina carece de dirigentes que se encuentren a la altura de la crisis transformada en eterna situación límite.

Esa carencia es la madre de todos los problemas.
La magnitud de la situación los desborda, los supera.
No pueden resolver siquiera los dramas que generan.
Fue insuficiente la capacidad de los encargados de administrar los distintos presentes y de diseñar el destino.
“¿Quién iba a decir que el destino era esto?” (se lo preguntaba el poeta Mario Benedetti).
El resultado es la franca incertidumbre de las próximas generaciones hipotecadas.
La sucesión cíclica de culpas se reprocha con pasión. De unos a otros.
Cada uno con su cuota de razón. Es lo grave.
Las herencias recibidas, todas putrefactas, se acumulan hasta el infinito y van a reproducirse.
Nada se resuelve. Todo se posterga. Se pedalea siempre en la súplica de nuevos plazos.
Se promete llegar en las mejores condiciones. Vaticinios de crecimiento sin convicción.
La fantasía colectiva admite la compasión de los vecinos que pasaron de la admiración al castigo solidario.
“Lástima la Argentina. Con los recursos que tiene”.
Piadosa reflexión con signos claros de regodeo.
Entre los cuantiosos atributos de Alberto, El Poeta Impopular, no figura la idiotez.
Puede ser interpretado como un oficinista del citado Benedetti. Condecorado por la suerte de haber ganado la lotería. Por ser el elegido de La Doctora.
O puede criticárselo por haber plantado un gabinete de amigos en transición, sin gran relevancia. Ideales para conducir un municipio de mediana intensidad.
O puede reprochársele la opción por el macrismo fotográfico. La recolección de estampitas luminosas con próceres corteses de la política internacional.
Deparan la ilusión diplomática de “estar integrados al mundo”.
O de suponer que el mundo, después de todo, tiene en cuenta al país. Y le confía.
Por la algarabía de mantener un Papa astuto y compadre, que organiza kermeses oportunamente profundas y entusiastas, con juristas, economistas de prestigio artesanal.
Los que pueden persuadir a los insaciables acreedores que quieren cobrar. Aunque les importe un rábano la cuestión del necesario crecimiento.
Pero tonto, Alberto no es. Dista de serlo. La Doctora supo elegir.
Resulta explicable que se esmere en desarticular las expresiones de deseos de los medios desesperados, que tal vez entusiasmen a algún colaborador.
Esperanzado, en el fondo, en la construcción ficticia del albertismo.
Se entiende entonces el esmero del Poeta Impopular para que no prendan las cotidianas intenciones de separarlo de La Doctora.
Aunque sea, acaso, algo tarde.
Porque le clavaron con ferocidad la interna con La Doctora.
Antes, incluso, que se produjera.
Medios desairados
Sin el apoyo de La Doctora, la construcción ficticia del albertismo se desvanece en un santiamén. Se diluye.
Sorprende la desesperación de los grandes medios que se quedaron desairados. En ridículo.
Por el empeño en clavar diferencias que reproduzcan la emancipación de Alberto. Desenlace que transcurre, apenas, en el imaginario.
“Saben que se salvan juntos o se caen juntos”, confirma la Garganta.
Cuesta aceptar que, con el apoyo tributado a Mauricio Macri, El Ángel Exterminador, hayan descendido en materia de credibilidad.
Más que un admirable acto de fervor macrista se trató de la pasión equivocada por evitar el regreso de La Doctora.
Cruzada que acompañaba, al menos, el 40% de la sociedad que consumía con énfasis el discurso anti-doctorista.
(Se confundía brutalmente con el antikirchnerismo. Patología que ya no existe).
La Doctora se encontraba literalmente en la lona. Judicialmente acosada por el tendal (heredado).
Sólo pudo recuperarse merced al fracaso magistral del proyecto que los grandes medios apoyaron.
Les cuesta aceptar que fueron, junto a Macri, derrotados. Pese al préstamo alucinante del Fondo Monetario Internacional.
Para generar la deuda demencial cuya re-estructuración hoy se discute y deriva, en la práctica, en la única problemática que existe. La deuda. Con el Fondo y con los privados.
Es la marca máxima de vulnerabilidad del actual oficialismo.
Transformar la deuda en el gran escaparate del país paralizado.
Con un gobierno que reproduce, hasta ahora sin originalidad, el fenómeno fotográfico del macrismo.
Kirchnerismo y doctorismo
Según la teoría del director del Portal, el kirchnerismo debe ser estudiado a partir de sus recuperaciones. Es decir, de sus frecuentes caídas.
Fascinación de origen kirchnerista, el doctorismo reitera, en 2019, la cuestionable validez de la teoría.
Como expresión recaudatoria y popular, el kirchnerismo real se acaba en octubre de 2010. Cuando La Doctora ya era presidenta y hereda el tendal.
Lo mantiene vigente, al kirchnerismo, en el discurso. Y durante alguna celebración.
Pero el doctorismo adquiere un tono propio a partir de la utopía del “ir por todo”.
Sin tomar distancia del tendal, pero con otro contenido. Con el “peronismo rehén” y con el “frepasito” tardío que depara el tinte progresista.
Es aquel Frepaso que supo exprimir la sangre casi agotada del radicalismo de De la Rúa, El Traicionable, y saltó después, en bloque, hacia el peronismo de Néstor Kirchner, El Furia, en su espejismo transversal.
(Con la excepción, cabe consignarlo, de la señora Graciela Fernández Meijide).
El doctorismo cuenta además con La (Agencia de Colocaciones) Cámpora, que solía enarbolar el exclusivo proyecto estratégico de poder (hoy compartido).
Para una generación que aún le falta un hervor. La de Máximo, En el Nombre del Hijo. Que ahora comparte (o compite) el proyecto estratégico con Axel Kicillof, El Gótico. Un doctorista de la primera hora.
Sin olvidarse, tampoco, de Sergio Massa, El Conductor que distribuye tranquilizantes (y tal vez se toma alguno).
Final con huérfanos
El kirchnerismo, como fenómeno recaudatorio y popular, quedó prácticamente al costado, con sus emblemas fuera de juego. O en prisión.
Nada verdaderamente kirchnerista permanece en el primer cordón del doctorismo.
Sin negocios, se propone como una compleja estructura conformada por ganadores de sueldos.
Son los que sostienen la morosidad de Alberto.
No logró mantener una posición relevante ni siquiera Carlos Zannini, El Cenador, hoy recluido en una Procuración sensible.
Como si de muy poco le hubiera servido, al Cenador, haberle ganado la tradicional batalla a Julio De Vido, El Pulpo.
El vértice del otro eje. Con Zannini y De Vido fue que El Furia supo construir poder, hacia adentro.
Hacia fuera, en cambio, decidió blindarse. Empoderarse con Hugo Moyano, El Charol. Y con Héctor Magnetto, El Beto.
Trípode invencible (Furia, Charol y Beto) que iba a terminar, como todo en Argentina, invariablemente mal.
El kirchnerismo real deja, como balance y herencia, una montaña de causas judiciales.
Y un conjunto de huérfanos que no tienen sitio en el doctorismo de asalariados que impone a Alberto como mascarón de proa.
Kirchneristas reales como Julio, Lázaro, Jaime o El Neolopecito.
U otros estoicos kirchneristas que relativamente se salvaron. Que zafaron y desean lícitamente que nadie se acuerde de ellos.
Identificarlos no tiene el menor sentido. Merecen disfrutar del olvido manso.

Jorge Asís