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El recordado discurso de Perón, cuyo contenido nunca perdió vigencia

Hablar de temas como la sequía, los subsidios masivos, el crecimiento de las importaciones y el consumismo unido al derroche por parte de amplios sectores de la población –temas en su mayoría hoy instalados en ámbitos sociales, gubernamentales y periodísticos- retrotraen a circunstancias ya vividas en el país y sobre las que hizo una histórica exposición el entonces presidente Juan Domingo Perón mediante un discurso radiofónico emitido a las 20.30 del 18 de febrero de 1952, justo hoy 68 años atrás.
La Argentina durante la campaña agrícola 1951-1952 había sufrido una de las peores sequías de su historia la que agregó problemas a las consecuencias de otras anteriores. Además el Plan Marshall de los Estados Unidos de América había sacado del mercado europeo, con excepción de la empobrecida España, las exportaciones argentinas de carnes y granos por lo que hubo que redireccionar el comercio exterior hacia América Latina y buscar la apertura de la ex Unión de las Repúblicas Socialistas Soviéticas. La Guerra de Corea también había implicado problemas a nivel global pero no había desembocado en un conflicto mundial que diese oxígeno a las economías periféricas como podía llegar a esperar el gobierno argentino.




En ese marco el propio Perón anunció el “Plan Económico” para 1952, año considerado de transición entre ambos planes quinquenales, y dio a conocer los nuevos precios para la cosecha que implicaron importantes estímulos para los productores, centrando la recuperación en la tecnificación de las tareas rurales y el desarrollo de las agroindustrias, algo que también tuvo consecuencias en tiempos más recientes. Pero ello fue acompañado por un conjunto de acciones en las que se dio especial importancia a la acción popular mediante el adoctrinamiento en pro del ahorro y contra el consumismo y el derroche, tareas que recayeron, fundamentalmente, en las unidades básicas de la rama femenina del peronismo liderada, hasta su muerte cinco meses después, por la primera dama, Eva María Duarte, la venerada Evita.
“En el mundo actual no es suficiente que el gobierno de los países elija métodos y tome medidas tendientes a orientar las soluciones económicas. Es menestar que el pueblo participe en ellas y se empeñe en la realización de los planes trazados por el gobierno. Los fenómenos económicos actuales fruto de una cambiante, irregular y caótica situación mundial (algo sobre lo que también hoy se habla cotidianamente) no requieren sistemas, sino reclaman soluciones concretas adaptadas a cada situación particular”, señaló Perón en la apertura de su discurso anunciando lo que luego se conociera como “Plan de Austeridad”.
Más adelante puntualizó que “Un plan de esta naturaleza sólo tiene valor cuando es ampliamente conocido, para asegurar que sea ejecutado por todos y contar con la cooperación y colaboración de todos para triunfar”. “Las buenas intenciones y las acertadas medidas pueden favorecer en algo las soluciones, pero el trabajo y el sacrificio, creadores de riqueza, son los factores decisivos de toda solución económica”, agregó, remarcando que “Los hombres y los pueblos que no sepan discernir la relación del bienestar con el esfuerzo no ganan el derecho a la felicidad que reclaman”. Una línea que Perón nunca abandonó y que fue clave para la realización del Congreso de la Productividad de abril de 1955 cuyas pautas no alcanzaron una adecuada implementación a raíz del golpe cívico-militar de septiembre de ese mismo año.
Tras recordar las mejoras recibidas por el conjunto de la población durante los años previos y remarcar los problemas internacionales, en particular los derivados del Plan Marshall y de la Guerra de Corea, señaló la necesidad de “vincular aumentos de salarios al crecimiento productivo” en cuanto al sector laboral y adelantó “intensificar la acción represiva del agio y la especulación” practicados por empresarios de toda dimensión. Todo ello combinado con las sequías, el incremento del consumo y el bajo aumento de la productividad, frente a lo cual desechó la perspectiva de apelar al endeudamiento externo, ya que “Si es necesario nos desprenderemos de lo superfluo y si es indispensable nos someteremos a cualquier sacrificio”.
¿Cuáles fueron las principales pautas que proclamó?: aumento de la producción, austeridad en el consumo y aumento del ahorro. En cuanto al consumo el eje era eliminar el derroche, reducir gastas innecesarios, renunciar a lo superfluo y postergar lo que no fuera imprescindible. “”Con ese reajuste a nuestro consumo lograremos aumentar las exportaciones y reducir las importaciones”, lo cual debiera solucionar “el problema de las divisas, parte del problema de la inflación” y consolidar “la capitalización del país”.
Simultáneamente anunció importante incrementos a pagar a los productores sobre la cosecha anterior por el quintal se trigo, lino, avena, cebada y centeno (hay que recordar que el tema era manejado por el Instituto Argentino de Promoción del Intercambio, el IAPI, cuyo restablecimiento, en los hechos, reclaman hoy los que propician la estatización de Vicentín). Al mismo tiempo planteó la necesidad de dedicar la carne vacuna a la exportación y reemplazarla en la mesa familiar por otras, especialmente de pescado. Para ello se decidió incrementar los cupos de exportación al tiempo que se optó por frenar las importaciones que se encontraban en fuerte crecimiento y expropiar los stocks inmovilizados de esas mercaderías en manos de empresarios y racionalizar los consumos externos de las industrias en función de su destino final. Sobre el comerciante deshonesto puntualizó que “es un ladrón permanente y para todos”, peor que el delincuente común que es “para cada uno de nosotros un ladrón circunstancial”.
Entre otras medidas anunció la suba de las tasas de interés para fomentar el ahorro, la supresión gradual de los subsidios al consumo estableciendo “precios sobre bases económicas”, también un riguroso control de los precios, la fijación de pautas máximas para aumentos salariales en paritarias (sin aumentos de frenarse la inflación), la obligatoriedad de que las mayores ganancias empresarias surgiesen solamente de una racionalización de costos, la eliminación de toda cláusula antiproductiva en los convenios laborales y, entre otras, la prohibición de construir edificios suntuosos.
“El restablecimiento de ese equilibrio económico familiar no puede basarse únicamente en el aumento de salarios. Es menester también que, además de las medidas gubernamentales, se ajuste la economía popular y familiar”, señaló Perón quién indicó que el sector público debía ser responsable del 50 por ciento de las soluciones en tanto que al sector social le correspondía un 25 y a las familias el restante 25. Para éstas “La regla debe ser ahorrar, no derrochar. Economizar en las compras, adquirir lo necesario, consumir lo imprescindible. No derrochar alimentos que llenan los capones de basura. No abusar en la compra de vestuario. Efectuar las compras donde los precios son menores, como cooperativas, mutuales y proveedurías gremiales o sociales. Desechar prejuicios y concurrir a ferias y proveedurías en vez de hacerse traer las mercaderías a domicilio, a mayor precio. No ser rastacueros (alardear de lo que no se tiene) y pagar lo que le pidan, sino vigilar que no le roben, denunciando en cada caso al comerciante inescrupuloso. Evitar gastos superfluos, aún cuando fueran a plazos. Limitar la concurrencia a hipódromos, los cabarets y salas de juegos a lo que permitan los medios, después de haber satisfecho las necesidades esenciales”.
El discurso también tuvo un importante ribete social al convocar a “quebrar la modalidad existente en muchos hogares de que el único que trabaja y aporta para los gastos es el jefe de la familia” ya que “Todo el que está en condiciones de trabajar debe producir”, lo que implicaba todo un quiebre cultural para la época, algo que ya había impulsado la propia Evita generando la labor de mujeres que a partir de sus propios hogares pudieron crear miles de pymes. Un quiebre al que unió un llamado a la solidaridad colectiva en tanto “El egoísmo ha sido y será siempre el peor azote de las comunidades y de los individuos”.
Un discurso que debe ser estudiado y difundido y que, teniendo en cuenta los cambios sucedidos en estos 68 años, también es merecedor de una adecuada instrumentación en el marco de la grave crisis que afecta actualmente a la Argentina.