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Rumbo a un superávit comercial enorme, pero de patas cortas

Llegaría a US$12.000 millones este año. Y seguiría alto en 2020. Claro que además de divisas, allí existe mucha recesión económica.

Puede parecerse al sueño de una noche de verano. O al sueño de un par de noches de verano seguidas. Depende de la recesión, o sea, de una variable bien poco alentadora, pero el tiempo que el fenómeno dure significará una fuerte bocanada de oxígeno en un lugar donde el oxígeno escasea.
Nada de poesía y fin del misterio. El oxígeno se llama dólares, un paquete de dólares que ya pinta enorme y que surge de un superávit comercial tan inusual para esta época como bienvenido.
En los primeros nueve meses de 2019, el saldo entre exportaciones e importaciones ascendió a US$ 9.497 millones, rozando el nivel de un notable 2012 y con tendencia a desbordar los 12.000 millones al finalizar diciembre. Y hablamos de cuando la cotización internacional de la súper soja tallaba fuerte y de algo que ahora no ocurre ni cerca: de 650 dólares la tonelada contra 338, casi la mitad de 2012.
Para que se entienda mejor dónde estamos: en 2017, un período digamos normal, la estadística del INDEC anotó un déficit de US$ 8.300 millones. Del rojo al azul, una diferencia a favor de 20.000 millones.
La cosecha de divisas seguirá probablemente empinada durante 2020. Solo que está agarrada con alfileres, pues viene alimentada por una recesión igualmente inusual por su extensión, un parate que ya abarca a tres de los últimos cuatro años y que llegaría a cinco si, tal cual parece, se extiende al próximo.
Puesto en cifras del balance comercial, queda claro que el origen del fenómeno pasa por un desplome de las importaciones compatible con semejante recesión. Una caída que entre enero y septiembre fue nada menos que del 26,9%, tras otra, aunque menor de 2018.
El problema aquí es que no tenemos un problema sino unos cuantos problemas cruzados, empezando justamente por los implícitos que existen al interior del repliegue de las importaciones.
Una economía que depende en grande y cada vez más de bienes e insumos que no produce puertas adentro no puede vivir con lo nuestro. O no puede, mientras no sea capaz de generarlos en una buena medida.
Ningún país produce todo lo que necesita, ni hace falta que lo haga en un mundo interconectado. Pero según los especialistas, hoy por cada punto que el PBI crece las compras al exterior deben crecer de 3 a 4 puntos. Traducido: un repunte económico aún módico del 3% implicaría un incremento de las importaciones no menor al 9%, nunca un retroceso del 26,9%.
Pasa que, en ausencia de sustitutos propios, los muy extendidos agujeros de las cadenas productivas son llenados con bienes e insumos que vienen de afuera. Y pasa, encima, que la tendencia ya no consiste en completar el proceso acá sino en importar directamente el producto terminado. Un lastre más de una economía desarticulada y cargada de impuestos que saltan en cada etapa del ciclo.
Otro problema que es parte del mismo problema está en que cuando decimos bienes del exterior decimos valor agregado y trabajo ajenos. Y como quiera que sea, también decimos inversiones, en gran parte máquinas, equipos y piezas para máquinas. Un dato de 2019: esas compras han derrapado entre un 19 y un 34%.
Claro que la lista se completa con un escollo fuerte y fuerte por un tiempo todavía indefinido: la escasez de divisas y la necesidad de administrar un stock de divisas escaso. Aliviar el peso de la deuda se convierte, así, en una cuestión de primer orden, aunque no sea una tarea precisamente sencilla.
Todo va derecho a la cuenta y a los planes productivistas que promete Alberto Fernández, pues se supone que en algún momento la economía volverá a crecer.
En tren de mirar hacia adelante aparece un punto clave que ayudaría a despejar tanto el frente externo como el interno. Esto es, que más pronto que tarde comiencen a levantar de verdad las exportaciones y a aportar dólares de los considerados genuinos.
Las cifras de los primeros nueve meses del año revelan que apenas suben 4,9% y que alcanzan a US$ 47.959 millones, insuficientes en su magnitud y limitadas en su composición. Suman 12.000 millones menos que las de 2012 y su estructura muestra un 64% de productos primarios y manufacturas agropecuarias de poco valor agregado, contra apenas un 29% de bienes industrializados.
¿Y qué cuenta ese brillante aún en bruto llamada Vaca Muerta? Por ahora, nada que luzca a considerable.
Cuenta que de enero a septiembre las exportaciones de combustibles y energía reportaron US$ 3.169 millones y que crecen al 5,9%. Así vayan en pendiente, las importaciones dicen que todavía estamos en zona de déficit.
Vale añadir un comentario recurrente de los especialistas. Advierten que con el tipo de cambio alto solo no alcanza en ningún caso: “Hace falta mucha inversión en infraestructura, para aumentar la competitividad de la producción nacional y remover cuellos de botella ya cristalizados”, dicen.
Nada de todo esto ignora Fernández, ahora con la cabeza puesta en tender puentes y desplegar fuerzas en capitales decisivas del exterior. Comenzando por Washington.
Alcadio Oña