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La inédita experiencia de gobernar en minoría

Acaba de publicarse “Gobernar en Minoría. El karma de la gestión Cambiemos”, un libro que analiza el primer caso en cien años de un Gobierno argentino sin mayoría parlamentaria en ninguna de las dos cámaras. El libro de José Angel Di Mauro analiza el trasfondo de los debates más emblemáticos que se plantearon durante estos años. Parlamentario publica en exclusiva el capítulo 1 de este libro de Ediciones Corregidor.


Faltaba menos de un año para las PASO presidenciales y Mauricio Macri marchaba tercero en las encuestas; un detalle que desde el Pro minimizaban con un argumento curioso, pero que a la vez se probaría certero: si tan tempranamente hubieran estado encaramados en la cima de los sondeos, deberían preocuparse, pues a tal distancia de las elecciones sería muy difícil mantenerse tanto tiempo primeros.

Que le pregunten sino a Sergio Massa, que en 2013 se imaginó presidente dos años después, salteando el escalón de la gobernación que en un principio se había propuesto como meta.

El entonces jefe de Gobierno porteño mostraba un paulatino ascenso en la consideración pública, aunque el mismo se había moderado en los últimos meses. Pero faltaba mucho: todavía Cambiemos no existía, y el Pro seguía siendo un partido porteño con un candidato con proyección nacional, pero sin construcción provincial suficiente.

Aun en su séptimo año al frente de la Ciudad de Buenos Aires, Macri no se despojaba de su pasado como presidente xeneize. Muy por el contrario, parecía disfrutar al hablar del club que fue trampolín para su carrera política, donde claramente seguía gravitando. Por eso un espacio significativo de ese almuerzo en la sede de la Fundación Pensar estuvo dedicado a los avatares de Boca Juniors, donde el “Vasco” Arruabarrena acababa de reemplazar nada menos que a Carlos Bianchi como DT. En la charla, el jefe de Gobierno no ocultó su preferencia por el “Mellizo” Barros Schelotto para un futuro mediato.

Pero amén de su visión futbolística, el entonces candidato presidencial trazó pinceladas de su proyecto de país y no ahorró críticas hacia la gestión kirchnerista. Cuando se le habló de la herencia que recibirían en caso de ganar, se mostró confiado; pero cuando quien esto escribe le preguntó sobre el poder residual que dejaría la administración K, frunció el ceño intrigado.

– Por ejemplo en el Congreso… Va a haber mucha presencia kirchnerista ahí.

– No, no… –descartó Macri, y miró a su especialista en el tema en busca de asistencia.

– No van a ser tantos; fuera del poder el kirchnerismo se desarma –soslayó quien por entonces ocupaba un encumbrado cargo en la administración porteña, convencido de que el peronismo no veía la hora de dar vuelta la página kirchnerista.

Expliqué entonces que con los kirchneristas puros que tenían mandato hasta 2017, y los que Cristina Kirchner pondría en las próximas listas, esa cantidad no bajaría del medio centenar. Y ante los reparos de quien veía convencido de lo contrario, moderé el cálculo: “Bueno, serán 40, ponele 30…”. Al final fue el doble.


Suele pasar que quien llega al poder tenga como referencia lógica la experiencia personal, aunque las proporciones difieran. Así es que el macrismo no veía al Parlamento como un ámbito cenagoso, más allá de que pudiera no contar llegado el momento con mayorías. Estaban convencidos de que la experiencia de gobernar sin quórum propio en la Legislatura porteña les alcanzaría para manejar esa adversidad, si llegaba el momento.

En efecto, el Pro jamás pudo ser mayoría en la Legislatura durante los ocho años de gestión macrista. Cuando en 2007 Mauricio Macri llegó al Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, le faltaban tres diputados para tener mayoría propia. Producto de su buena cosecha en 2005, cuando él encabezó la lista como candidato a diputado nacional -cargo que ejerció sin brillo alguno-, sentó las bases para contar luego, al inicio de su gestión en la administración porteña, con 28 legisladores propios. Mas nunca jamás gozó de mayoría propia.

Si bien volvió a ganar en 2009, arrancó aun con menos legisladores: 26, y debió profundizar el diálogo y los consensos pues se encontró con una oposición dura que sumaba 28 miembros. Dos años más tarde, cuando Macri fue reelecto al frente de la Ciudad, el oficialismo volvió a arrancar con 26 legisladores, cinco menos que la mayoría propia.

En 2013 apenas mejoró en dos la cantidad de miembros en una Legislatura que de todos modos nunca le dio mayores inconvenientes para manejar, amén de no haber podido imponer determinados proyectos para los que necesitaba una inaccesible mayoría especial. Su sucesor, Horacio Rodríguez Larreta, tampoco consiguió mayoría al asumir en 2015: le faltaban dos legisladores para el quórum. Eso recién lo consiguió en 2017, diez años después de la llegada del Pro al Gobierno de la Ciudad, y cuando ya contaba con el invalorable respaldo del Gobierno nacional.

Cómo fue cada Congreso desde el 83

Promediando 2018, con una crisis cambiaria que no les daba tregua y la economía en picada, los ministros nacionales Marcos Peña, Andrés Ibarra y Carolina Stanley, se reunieron a comer en un restaurante del sur del conurbano. Estaban presentes exfuncionarios como Daniel Chain y Miguel de Godoy, con los que habían compartido el gabinete nacional y el de la Ciudad, y también participó el intendente de Lanús, Néstor Grindetti. Recordaron viejos tiempos y al cabo de la velada quedó flotando una convicción tan obvia como contundente: “Gobernar el país es cien veces peor que la Ciudad”.

Una perogrullada, sin duda, pero capaz de graficar la confianza de quienes deben haber dado por descontado que las situaciones pueden replicarse a gran escala. Por ejemplo pensar que la Legislatura porteña puede parangonarse de algún modo con el Congreso de la Nación. Está claro que las proporciones son bien distintas, pero además no es lo mismo que a un oficialismo le falte un puñado de votos, que decenas.

Es lo que vivió Cambiemos al llegar al poder. El día de la jura de los nuevos legisladores nacionales, el oficialismo arrancó en la Cámara de Diputados sin ser siquiera primera minoría, condición que le asistía al Frente para la Victoria, con 97 miembros. Cambiemos sumaba diez diputados menos que los K, considerando a los miembros de todos los sectores que componían ese intebloque: 42 del Pro, 38 radicales, 4 de la Coalición Cívica y 3 del Frente Cívico y Social de Catamarca.

Pero si el cuadro era preocupante en Diputados, ni qué decir del Senado, donde el bloque PJ-FpV sumaba 39 miembros (2 por sobre el quórum), mientras que el interbloque Cambiemos se limitaba a 15 integrantes -10 radicales, 4 del Pro y uno del Frente Cívico de Luis Juez-. Menos de una quinta parte del total de senadores.

Así y todo, el peronismo le permitió al nuevo oficialismo fijar las nuevas autoridades. En el Senado, pese a su condición de extrema minoría, Federico Pinedo fue electo presidente provisional. No cabía que el segundo escalón de la sucesión presidencial fuera ocupado por un opositor, como sí eventualmente podría suceder si Cambiemos perdía las elecciones de medio término. Lo sabía el Gobierno cuando se jugó su supervivencia en las legislativas de 2017: el peronismo puede ser impiadoso ante la derrota de un oficialismo de color distinto. Le sucedió a Fernando de la Rúa en 2001, cuando tras perder las elecciones, el peronismo se hizo cargo de las presidencias de ambas cámaras. Otros tiempos, otras circunstancias.

Tampoco le concedieron todo a Cambiemos: ya en Diputados la oposición se puso firme al rechazar el deseo oficialista de que detrás de Emilio Monzó hubiera otro miembro de su bloque; la vicepresidencia primera fue para el peronista José Luis Gioja.

Así es que Mauricio Macri accedió al poder con el Congreso más adverso para un oficialismo del que se tenga memoria. Cien años es mucho tiempo, pero es la referencia que todos hacen a la hora de buscar un antecedente.

“Para encontrar un Gobierno con una debilidad estructural de base de sustentación política semejante hay que remontarse a más de un siglo, a 1916”, apunta Rogelio Frigerio con certeza.

En efecto, ese primer Gobierno de Hipólito Yrigoyen arrancó con minoría en ambas cámaras. En Diputados había 45 radicales contra 70 opositores, mientras que en el Senado la desproporción era mayor: 4 senadores propios y 26 contrarios. Once gobernaciones pertenecían al régimen conservador que había logrado desplazar la UCR en las primeras elecciones celebradas bajo la Ley Sáenz Peña.

Pero no nos remontaremos tan atrás en la historia, sino hasta 1983, cuando el inicio de la democracia contemporánea. Desde entonces hubo apenas tres gobiernos no peronistas, pero solo el de Cambiemos debió atravesar toda su gestión en minoría.

En la recuperación democrática, Raúl Alfonsín se vio beneficiado por el hecho de que ambas cámaras se conformaran a partir de esa elección. Diputados tenía entonces 254 miembros -tres menos que la actual composición-, y a la UCR le correspondieron 129, con lo que se aseguraba la mayoría absoluta, producto del 49,28% obtenido en la elección. El Partido Justicialista quedaba por primera vez en elecciones libres y sin proscripciones relegado a la oposición, y su 37,12% se tradujo en 111 diputados.

En el Senado era distinto, pues por entonces la elección de sus miembros no era directa -como se dispuso recién a partir de la reforma constitucional del 94-, sino que los dos senadores de cada distrito eran elegidos por las legislaturas provinciales. El PJ, que había ganado 12 gobernaciones contra 7 del radicalismo, tuvo una previsible mayoría entonces en la Cámara alta, alzándose con 21 de los 46 integrantes del cuerpo. La UCR no quedó tan lejos: sumó 18.

Por entonces los mandatos presidenciales duraban 6 años, y en consecuencia había dos elecciones intermedias. En la primera -Plan Austral mediante-, el Gobierno se impuso ampliando en uno su cantidad de diputados. El peronismo retrocedió a 101.

De la mano de la Renovación, los peronistas se recuperaron dos años después, asestándole una dura derrota a un radicalismo jaqueado por la economía. Ese sí fue el principio del fin del Gobierno de Alfonsín, que por primera vez quedó lejos del quórum, con 118 miembros. Pero el PJ tenía diez diputados menos: 108.

En 1989 el radicalismo dejó el poder seis meses antes, abrumado por la hiperinflación. Se votó presidente y legisladores al mismo tiempo, y Carlos Menem tuvo así una Cámara de Diputados con 127 oficialistas, exactamente la mitad del total de un cuerpo que por entonces seguía siendo de 254 miembros. En franco retroceso, el radicalismo había bajado a 90 diputados. Esa nueva composición recién asumiría en diciembre.

Hubo entonces un interregno de cinco meses entre la asunción de Menem en medio de una hiper, en el que se votó un montón de leyes en el marco de acuerdos políticos que alcanzaban el presidente del bloque radical, “Chacho” Jaroslavsky, y la bancada peronista. Así, la primera parte del Gobierno de Menem fue en minoría en Diputados, hasta que en diciembre se modificó el statu quo de las cámaras con la llegada de nuevos diputados y senadores. Ahí se firmaron la reforma del Estado, la reforma administrativa y la reforma económica. “Ese fue un acuerdo de Estado”, resalta hoy Miguel Pichetto, que casi dos décadas más tarde propuso algo similar sin que lo escucharan.

En la Cámara alta la supremacía peronista se había ensanchado en 1989, con 25 senadores, sobre 46 -Menem ya tenía mayoría propia-, mientras que el radicalismo se había reducido a 14 miembros. Como dijimos, eran tiempos en que la elección del senador no era directa, sino que correspondía a las legislaturas provinciales, y las designaciones de los mismos podían demorarse bastante tiempo. Por eso durante largos lapsos la Cámara alta no contaba con la totalidad de sus miembros.

Dos años después, habiendo tenido ese Gobierno su propia hiperinflación, y ya con la convertibilidad vigente, la economía establecía por fin un marco favorable que contrastaba con acusaciones de corrupción en tiempos de privatizaciones. El menemismo ganó las elecciones de 1991, pero los números no fueron los que esperaba. Si bien sacó una diferencia porcentual más elevada respecto de un radicalismo que seguía desdibujándose, no le alcanzó para tener quórum propio. Renovaba muchos diputados y terminó retrocediendo a 116 legisladores en una Cámara baja que ya tenía 257 miembros, a partir de que Tierra del Fuego pasó a ser provincia y sumó tres diputados. Mas la UCR no pudo capitalizar ese retroceso peronista, y por el contrario siguió descendiendo, pasando a tener 89 diputados.

En 1993, el menemismo se consolidaba y ganó una elección que le permitió al oficialismo contar con un alto poder de fuego, con 127 diputados propios, más aliados como la UCeDé, que le sumaba 4 diputados más. En un Senado ahora de 48 miembros, el peronismo tenía 29, el 60%, nada menos. Esos datos fueron clave para que Raúl Alfonsín decidiera negociar el Pacto de Olivos: lo que no acordara mientras podía, lo perdería cuando se lo impusiera la prepotencia de los números.

Reforma constitucional mediante, Carlos Menem fue reelecto en 1995 y el PJ pasó a tener 131 diputados y la UCR apenas 68. Emergía una tercera fuerza, el FrePaSo con 25. En el Senado el menemismo sumaba 33 de 48 senadores.

La supremacía menemista se quebró dos años después, con el advenimiento de la Alianza, en las primeras elecciones de medio término celebradas tras la reforma constitucional. La coalición de la UCR y el Frente País Solidario logró 63 de las 127 bancas puestas en disputa, quedándose el PJ con 50. Por primera vez el peronismo sufría una derrota siendo Gobierno, y perdió su mayoría en Diputados.

Cuando en 1999 la Alianza llegó al poder, era una primera minoría casi con quórum propio: 126 diputados, contra 101 del PJ. Solo le faltaban 3 escaños para ganar cualquier votación, por lo que en modo alguno puede decirse que el de De la Rúa arrancó siendo un Gobierno en minoría.

La Cámara alta, como siempre, era terreno peronista. Ya siendo un cuerpo de 72 senadores, el peronismo contaba con 39, contra 22 de la Alianza (todos radicales, menos un frepasista).

Pero ya se sabe lo efímera que fue la experiencia aliancista, que sufrió renuncias y fracturas internas en sus apenas dos años de gestión. Así que a lo largo de su breve gestión, rápidamente fue alejándose del quórum propio.

Caracterizadas por el “voto bronca”, las elecciones de 2001 marcaron un severo traspié para el oficialismo, que quedó fuertemente disminuido en el Congreso, aunque para cuando sus legisladores asumieron, la suerte de ese gobierno ya estaba echada. De esas elecciones surgió una composición de la Alianza muy reducida, con solo 80 diputados. El peronismo tenía 121 diputados, una cantidad más propia de un oficialismo que de una oposición. Tan era así que -como dijimos- se quedó con la presidencia de Diputados.

Pero más contundente resultó ser lo del Senado, donde la ausencia del vicepresidente -que había renunciado el año anterior- hacía más emblemática la asunción de un peronista -Ramón Puerta- como presidente provisional y en consecuencia primero en la línea sucesoria.

Por primera vez todos los integrantes de esa Cámara habían sido elegidos por el voto popular, por lo que a partir de entonces la conformación del cuerpo ya no tuvo los huecos que generaban las demoras de las legislaturas provinciales. El todavía oficialismo apenas contaba con 25 senadores, mientras que la mayoría consolidada justicialista ascendía a 40. De esa conformación se valdría el Gobierno de Eduardo Duhalde, que sucedió a De la Rúa.

Cuando en 2003 asumió Néstor Kirchner, el santacruceño heredó los legisladores que habían respaldado a Duhalde, pues los nuevos elegidos a lo largo de ese año recién asumieron en diciembre. Mientras tanto él tuvo en un bloque de un centenar de diputados en la Cámara baja y 36 senadores en la Alta. A partir de diciembre, el oficialismo contó con una amplia mayoría en ambas cámaras. Con 131 diputados y la UCR como una primera minoría reducida ya a 46 miembros. En el Senado, el peronismo crecía a 41 representantes y la UCR se limitaba a apenas 16 senadores.

Ya con Néstor Kirchner consolidado en la presidencia, las elecciones de medio término le brindaron un fuerte respaldo. En ese marco se dio en Buenos Aires lo que se conoció como “la madre de todas las batallas”, que significó la derrota definitiva del duhaldismo a manos del kirchnerismo. Como consecuencia de esa disputa, inicialmente los bloques peronistas se separaron, emergiendo el Frente para la Victoria como nuevo eje de poder, con 112 diputados. En el Senado, el oficialismo sumaba 39 miembros y la primera minoría radical apenas 17.

Cristina Fernández de Kirchner asumió en 2007 con mayoría en ambas cámaras, producto de una victoria holgada que le permitió arrancar la gestión con un bloque de 127 diputados, que con aliados superaba ampliamente el quórum. El bloque radical se reducía a una treintena de diputados.

Además, el kirchnerismo tenía 40 senadores propios, y con sus aliados habituales llegaba a 45. El radicalismo alcanzaba su piso histórico: 9 senadores.

Pero toda hegemonía tiene su límite, y el kirchnerismo comenzó a encontrarlo en 2009, al sufrir su peor derrota. Fue esa elección perdida en la provincia de Buenos Aires, cuando Néstor Kirchner encabezó una lista de diputados con candidatos testimoniales, como el gobernador Daniel Scioli y Sergio Massa. Del otro lado de la calle estaba el frente que conformaron Mauricio Macri, Felipe Solá y Francisco de Narváez. Este último, por el peso de su billetera, encabezó la lista que derrotó por primera vez al kirchnerismo, que había adelantado las elecciones al mes de junio, con la crisis financiera internacional como argumento. En rigor, el adelantamiento estuvo azuzado por el temor a que en octubre la situación fuera más grave. Aunque a la luz de los hechos y por cómo actuó el kirchnerismo luego de la derrota en esas legislativas habría que reconocerle la habilidad de haber previsto tal vez que, ante una eventual pérdida de la mayoría, podrían apurar leyes en el interregno hasta la renovación legislativa. Fue lo que hicieron.

El bloque kirchnerista se había reducido a 87 diputados, pero más grave para ellos fue que la oposición se unió en lo que despectivamente el oficialismo denominó el “Grupo A”, cuya primer medida fue adueñarse de la mayoría de las comisiones. Así, y tras intensas y largas negociaciones la oposición pasó a presidir 25, quedando en poder del oficialismo las 20 restantes.

En el Senado el oficialismo perdió el quórum, con un bloque propio de 30 miembros, a los que había que sumar a dos “incondicionales”, más otros dos eventuales. Con 34 votos, ya no podían manejar el quórum, frente a una oposición que si bien no era monolítica alcanzaba a sumar 32 senadores. Había 16 radicales, 9 peronistas radicales y otros 7 legisladores claramente opositores. Pero cuando en febrero de 2010 llegó el momento de la sesión preparatoria en la que se designan las autoridades de las cámaras y la conformación de las comisiones, la oposición consiguió una impensada cantidad de 37 votos y se quedó con la mayoría de las mismas.

Fue una situación inédita para el kirchnerismo, pero también para el peronismo en general ser minoría en ambas cámaras. “Fue un caso muy notorio, que duró muy poco, porque no lograron consolidar el espacio, y además se fueron desperdigando”, recuerda Miguel Pichetto, ya por entonces presidente del bloque oficialista.

– ¿En ese breve tiempo cómo se las arregló?

– Yo hice ahí una tarea defensiva, de resistencia –confiesa Pichetto.

Con el 54% alcanzado en 2011, el kirchnerismo se recompuso en ambas cámaras, que volvió a dominar. En Diputados, el Frente para la Victoria amplió su poderío a 115 escaños, pero contaba con 19 aliados que le aseguraban ganar todas las votaciones. En el Senado, oficialmente el bloque del FpV tenía 33 miembros, y contaba con 5 aliados habituales para volver a dominar el cuerpo.

Por último, llegamos a las elecciones de 2013, las previas al arribo de Cambiemos al poder. El kirchnerismo volvió a perder, no obstante lo cual siguió siendo mayoría, pues era poco lo que renovaba -la muy mala elección de 2009-. De hecho, el bloque Frente para la Victoria pasó a tener 118 miembros, a los que había que sumar 14 aliados permanentes. Enfrente había una oposición conformada por 36 radicales, un Frente Renovador de 21 miembros y un Pro de 20.

En la Cámara alta, el Frente para la Victoria sumaba 32 senadores y 9 aliados seguros. Esto es, una mayoría irremontable para la oposición.

El gobierno legislativamente más débil

En los más de 30 años de democracia reseñados, todos los gobiernos arrancaron con mayoría en Diputados y, en el caso de los peronistas, también en el Senado. Menos la Alianza en 1999, aunque como hemos dicho apenas le faltaban tres diputados para tener quórum propio. Nunca sucedió lo que vivió Cambiemos al llegar al poder, que reunía apenas 87 diputados y ni siquiera era allí primera minoría. Porque al jurar Macri el 10 de diciembre, la primera minoría era el Frente para la Victoria, que sumaba 97 diputados.

Fue una de las razones por las que el Ejecutivo no convocó a sesionar en diciembre. A instancias del presidente del interbloque Cambiemos, Mario Negri, que le recomendó al Gobierno no llamar a sesiones extraordinarias hasta tanto no tuviera certeza con los números. En el verano se produjeron desgajamientos en el bloque K, y el oficialismo pasó a ser primera minoría en la Cámara baja, pero como puede advertirse, muy lejos del quórum. Y ni qué decir del Senado, donde la relación de fuerzas era dramática: 15 de Cambiemos contra 39 del PJ-FpV.

Es verdad que, como hemos podido ver, no siempre los gobiernos contaron con mayorías propias durante toda su gestión. Por el contrario, siempre hubo algún interregno en el que tuvieron números adversos. Le pasó a Raúl Alfonsín tras la derrota de 1987, cuando su bancada de diputados se redujo a 118, conservando la condición de primera minoría. Ya se sabe cómo fueron los dos años siguientes de ese Gobierno radical.

En realidad, fue un año y medio, pues Alfonsín tuvo que irse seis meses antes: en mayo de 1989 le entregó el poder a Carlos Menem, quien tendría mayoría en ambas cámaras recién a partir del recambio legislativo, en diciembre. Al evocar el pacto con el oficialismo saliente, Federico Pinedo compara esa situación de 1989 con la que le tocó vivir a él con Cambiemos. “En los dos casos funcionó la tradición argentina de cuando Alfonsín se fue del poder: el partido mayoritario le facilita las cosas al nuevo gobierno -comenta-. El peronismo hizo con nosotros lo mismo que el radicalismo había hecho con el peronismo cuando asumió Menem en mayo y la mayoría cambió a favor del justicialismo en diciembre. En esos meses, el radicalismo retiraba gente de los recintos para que ganara las votaciones el peronismo”.

“Esta vez pasó lo mismo -agrega-. Nosotros no teníamos manera de tener el número en el Senado, entonces hubo una negociación importante con los gobernadores desde el Ministerio del Interior, que fue un mecanismo que siempre se mantuvo después, y el peronismo acompañó”.

Las contadas veces en que el peronismo perdió la mayoría en Diputados, se las arregló para encontrar aliados en peronistas dispersos, partidos provinciales o monobloques, como le sucedió a Menem en 1997. Cuando cuatro años después le pasó a la Alianza, ya se sabe cómo terminó.

Caído el Gobierno de Fernando de la Rúa, radicales y peronistas desempolvaron la doctrina adoptada cuando la salida anticipada de Alfonsín, y se avinieron a colaborar en este caso con el Gobierno de Eduardo Duhalde, facilitándole las leyes necesarias. El caso extremo se registró cuando en 2002 debían debatir la derogación de la Ley de Subversión Económica. Era una exigencia del Fondo Monetario que la administración duhaldista necesitaba imperiosamente, pero separaba aguas en la Cámara alta, donde un grupo de senadores peronistas rebeldes había armado una suerte de sub-bloque de 8 legisladores que se oponían y que entre otros integraba Cristina Kirchner.

El radicalismo accedía a poner el número necesario para abrir la sesión, pero con la advertencia de que votarían en contra. Al oficialismo no le importaba, pues aun sumando sus rebeldías internas le alcanzaba con lo justo. Fue esa la vez en que la senadora Fernández de Kirchner, que había tomado el tema como una cruzada personal, descubrió que el senador correntino Lázaro Chiappe estaba dispuesto a votar en contra, pero se había quedado en su provincia para atender un tema local. La entonces esposa del gobernador santacruceño se encargó de convencerlo de asistir a la sesión y para garantizar su llegada en tiempo y forma puso a su disposición el avión sanitario de la gobernación de Santa Cruz.

¿Cómo pudo el Gobierno duhaldista zafar de esa situación? Una senadora radical, la rionegrina Amanda Isidori, abandonó el recinto antes de la votación, a pedido del gobernador radical de su provincia, Pablo Verani. Hubo empate y definió el presidente del cuerpo para hacer caer la ley.

Por lo demás, el Frente para la Victoria se las arregló siempre encontrando aliados formales que robustecían los números puntuales que detallamos respecto del oficialismo propiamente dicho. Cuando emergió en 2005 con una bancada oficialista de 112 miembros, claramente el kirchnerismo era más poderoso que cuando llegó al poder en 2003. No tardó en absorber al resto del peronismo que había jugado con Duhalde, y tuvo mayoría.

Podrá decirse que cuando Cristina Kirchner asumió en 2007 le faltaban dos diputados para el quórum, pero con los aliados su mayoría se estiraba a 145 diputados.

Solo una vez quedó en minoría en ambas cámaras, y entonces trató de reducir al máximo la actividad legislativa, cosa que logró con gran efectividad sobre todo en el segundo de los dos años en que se extendió esa situación. En general, las bancadas oficialistas de los Kirchner tuvieron siempre el número suficiente como para garantizar la tranquilidad del Ejecutivo.

Un concepto que, como vemos, puede extenderse a todos los gobiernos desde la recuperación democrática, salvo períodos puntuales, y, claro está, el de Mauricio Macri de punta a punta, pues ni tras ganar las elecciones de 2017 pudo revertir esa inferioridad numérica.



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