Por
Jorge R. Enríquez
La
reunión en la Casa Blanca de Mauricio Macri y Donald Trump es un
nuevo paso adelante para la Argentina en su camino de reinserción en
el mundo.
Una de las
principales causas de la decadencia de nuestro país ha sido su
aislamiento desde mediados del siglo XX. No se trató solamente de
políticas que postulaban la autarquía y el nacionalismo económicos.
Ese aspecto, con ser tan importante, no fue más que una de las
manifestaciones de un fenómeno más vasto. La Argentina mantuvo la
neutralidad durante la Segunda Guerra Mundial. Desde el golpe del 4
de junio de 1943 esa neutralidad escondía malamente la predilección
de los líderes de ese gobierno de facto por el Eje. Solo faltando
pocos días para el fin de la contienda, cuando Berlín ya era una
masa de escombros, y por presión internacional, la Argentina le
declaró la guerra a Alemania. Mucho le costó más tarde ser
admitida en las Naciones Unidas.
En los
años posteriores hubo marchas y contramarchas, pero en general
nuestro país no fue percibido como confiable en el escenario
internacional. Los tres gobiernos kirchneristas acentuaron la
desconfianza. Se volvió a un discurso arcaico, se desempolvaron
consignas de un nacionalismo ya perimido y hubo cierta delectación
en “mojarle la oreja” a la mayor potencia del globo. El grotesco
episodio del ex canciller Héctor Timerman abriendo personalmente con
un alicate cajas que contenían material de uso militar de los
Estados Unidos.
Esas
bravuconadas no fueron gratis. Sumadas al clima general de falta de
seguridad jurídica, se tradujeron en escasez de inversiones y de
acceso al crédito. El resultado fue un pronunciado declive
económico, en parte disimulado por los extraordinarios precios que
alcanzaron nuestras materias primas exportables. Hacia el final del
ciclo, ni esta ayuda providencial podía sostener el edificio en
ruinas. Cuatro años de estancamiento del empleo privado fueron el
corolario de tamaños desatinos.
Por eso,
entre tantas otras acciones, la reunión con el presidente
norteamericano es auspiciosa. No es necesario sentir simpatía por
Trump ni por sus políticas; sí recordar que los países no tienen
amigos, sino intereses. Claro que pueden jugar un papel las
relaciones humanas. Trump y Macri se conocen desde hace muchos años.
Es una ventaja que debe ser aprovechada para explorar cuestiones de
mutuo provecho. La Argentina necesita inversiones en infraestructura
y energía; también, que no se le cierren los mercados para sus
exportaciones, como en el caso emblemático de los limones de
Tucumán. Hay que dejar los ideologismos baratos y privilegiar lo que
Alberdi llamaba la “inteligencia de los intereses”. Solo de esa
forma habrá más inversiones genuinas, única vía para lograr un
desarrollo sostenible y crear empleos de calidad con altos salarios.
Por mucho
tiempo nos entregamos a la declamación de eslóganes, con los
resultados que están a la vista. Cambiamos: ahora nos concentramos
en los problemas concretos y en las soluciones factibles para
conseguir en serio un país con oportunidades para todos.