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EVALUACIÓN EDUCATIVA: OTRO RELATO QUE SE DESMORONA Por Jorge R. Enríquez

El próximo martes aproximadamente 1.400.000 alumnos primarios y secundarios de todo el país rendirán evaluaciones organizadas por el Ministerio de Educación de la Nación, con el propósito de obtener un diagnóstico sobre la calidad de la enseñanza en la Argentina.
Las pruebas se tomarán en más de 30.000 escuelas, colaborarán 31.365 directivos como veedores y unos 71.606 docentes "aplicadores". Los tests se tomarán a todos los estudiantes que estén cursando 6° grado de primaria y 5° o 6° año del secundario, según el sistema de nivel de cada jurisdicción, y una muestra representativa de alumnos de 3° grado de primaria y de 2° o 3° año de nivel medio, conforme al sistema que exista en cada provincia.
El ministro del área, Esteban Bullrich, señaló que otro tipo de evaluaciones se hacían cada tres años y que el actual gobierno nacional pretende hacerlas anualmente. Bullrich expresó la finalidad de la nueva modalidad: "Lo más importantes es que no había una devolución a cada escuela. Hay que personalizar las respuestas. Hay que trabajar en conjunto para entender que hay que llegar a soluciones individuales".
Como era de esperar, desde algunos gremios docentes y algunos grupos de padres se rechazan las evaluaciones por considerarlas “un mecanismo punitivo”, organizado de manera “inconsulta”, con “poca información” y como una forma de fomentar la desigualdad, lo que tendría un propósito “privatista”.
Privatistas son es, en verdad, las políticas educativas aplicadas durante los últimos años, que condujeron a una situación desastrosa a las escuelas públicas y empujaron a las familias, aún las de menores recursos, a buscar para sus hijos escuelas privadas que les garantizaran no solo un mínimo de educación, sino el dictado mismo de clases, porque quienes más sufren que no haya escuelas abiertas, por paros o por cualquier otra causa, son los más pobres.
Las evaluaciones no castigarán a nadie. Permitirán saber cuánto aprenden los chicos y qué escuelas tienen mayores dificultades. Sin ese diagnóstico, será imposible promover las soluciones que aseguren una educación de calidad con estándares mínimos en cualquier punto del país.
El populismo educativo es el mayor daño que se le puede causar a una comunidad, y en especial a los sectores más vulnerables, para los que una buena educación es una herramienta imprescindible para enfrentar una vida digna; en definitiva, para ser verdaderos ciudadanos, que se valgan por sí mismos y que puedan labrarse un futuro.
Bienvenido, pues, este sinceramiento. Seguramente los resultados confirmarán la generalizada idea de que la educación argentina fue llevada a niveles de deterioro inimaginables en el país de Sarmiento, pero no superaremos esa situación si no aceptamos primero la realidad.

En este campo, también, se ha terminado el relato y comienza el camino de las soluciones concretas. No hay política más progresista que la que propende a una educación de excelencia para todos.