No
es nada que no supusiéramos, pero la imagen vale más que mil
argumentos. Los efectos de ese número cinematográfico son todavía
impredecibles, aunque ya han comenzado. Algunos legisladores se
separaron del bloque del Frente para la Victoria. En el ámbito
judicial, la siesta de muchos magistrados federales debió ser
abruptamente suspendida. Causas cajoneadas durante largo tiempo
tuvieron un súbito despertar. En horas se hicieron más citaciones y
diligencias que en años.
Varios
políticos y personalidades de la farándula que nos venían
predicando las bondades del “proyecto nacional y popular” han
visto flaquear su fe. Pero, por lo general, centran su enojo en José
López. Hebe de Bonafini, siempre a la vanguardia de las
declaraciones insólitas, lo tildó de “infiltrado del periodismo”.
Un verdadero periodismo de anticipación, ya que López estuvo al
lado de Kirchner desde que era intendente de Río Gallegos.
Es
comprensible la desesperación de muchos militantes que de buena fe
compraron el pescado podrido que les vendían. Pero, una vez
repuestos del shock, deberían reflexionar un poco. Si todos los
colaboradores cercanos de los Kirchner eran corruptos, el matrimonio
no era tan avispado como lo pintaban. En homenaje a sus líderes, es
mejor que reconozcan que eran los jefes del latrocinio, pero que este
tenía nobles propósitos. Ya lo dijo el estrafalario periodista
Hernán Brienza: la corrupción democratiza” (sic).
Como
sociedad, no podemos conformarnos con la caída de los segundones. En
la Argentina se montó durante doce años un sistema de corrupción a
gran escala, organizado por Néstor y Cristina Kirchner. El
enriquecimiento ilícito de esta pareja y de sus testaferros y socios
no tiene parangón en nuestra historia. Para encontrar similitudes,
deberíamos compararlo con el de algunos dictadores africanos.
Por
eso, los jueces federales deben ponerse los pantalones largos. No se
trata de que sean ahora jueces “macristas”. En su notable
discurso inaugural, el presidente Mauricio Macri dejó bien en claro
que no quería magistrados adictos a él o a su partido. Solo les
pedimos que ejerzan la eminente función para
la
que fueron designados, aplicando la ley de manera imparcial e
independiente.
Hacia
adelante, nos queda a todos los argentinos meditar sobre los extremos
a los que hemos llegado, para que juntos podamos construir un país
serio, confiable, abierto a la innovación y la creatividad, que
genere oportunidades y progreso con equidad social. Los países que
lo lograron en el mundo son los que están firmemente asentados en el
Estado de Derecho. Los otros, en los que no impera la ley sino la
voluntad omnímoda del caudillejo de turno, terminan con sus altos
funcionarios corriendo en la oscuridad de la noche con bolsos
inexplicables.