No es sencillo entrar en la psiquis de un muchacho que elige como vocación integrar las filas del servicio penitenciario. Las cárceles son mundos sórdidos, más complejos que los institutos psiquiátricos. Por algo se le llaman “las tumbas”(justo el título de un best seller que hace casi 45 años escribió Enrique Medina, cuando de chico fue internado en uno de esos mal llamados centros de rehabilitación, porque allí están dadas las condiciones para cualquier cosa menos para rehabilitar a los internos).
No lo decimos nosotros eso de la “vocación” por ser parte del servicio penitenciario, lo han dicho varios psiquiatras que conocieron el interior de esos universos macabros que son las cárceles. Por eso hace unos años, cuando el kirchnerismo iba por todo creyendo que se eternizaba en el poder, le permitió gracias a la influencia de Hebe de Bonafini, a Sergio Shoklender hacer negocios confusos con el servicio penitenciario.
Hubo de todo, desde construcciones en el penal de Marcos Paz y amenazas permanentes a los presos de “lessa humanidad”, hasta quedarse con los servicios de catering, lo que finalmente –cuando le tocó el bolsillo a las autoridades penitenciarias-, lo hicieron saltar por las nubes. Literalmente te, si el gobierno no lo quitaba de ahí lo iban a matar en un penal acusando a un detenido peligroso del crimen quien también iba a morir en ese episodio montado.
El servicio que ofrecía Schoklender hace menos de diez años era insólitamente abusivo. El catering por una comida de tres platos (entrada, plato principal y postre… todo muy sencillo, nada fastuoso) le costaba al Estado algo así como 1000 pesos. Si sabemos que hoy, comienzos del 2016, es una locura pensar en ese precio por persona y por comida, imaginemos lo que era entonces, cuando la inflación estaba controlada y el dólar aún valía tres pesos.
Después vino aquella payasada llamada “Vatayòn Militante”, que suponía que con una murga y un par de redoblantes les alegraba la vida a los presos.
Detrás de eso también había un negocio sórdido, la salida de los presos sin orden judicial no era gratis… Algunos volvían y otros no. Pero todo tenía un precio, abrirle la puerta no era gratis. Si eran peligrosos criminales o simples ladrones de gallina solo hacía oscilar la tarifa que conllevaba la operación.
No estamos diciendo que Shoklender o “La Càmpora” del “Vatayon Militante” hayan sido cómplices de la fuga de los hermanos Lanatta y Schillaci.
Pero si la justicia quiere ir a fondo en sanear el servicio penitenciario y evitar nuevos escándalos, ahora tiene la oportunidad al alcance de la mano.
Solo hay que llamarlos, interrogarlos y saber hasta dónde llegan sus contactos con el negocio de las fugas.
Quizás si se saben observados, eviten meter mano en otro conflicto. Y también a las autoridades penitenciarias habría que darles un escarmiento. Para que la vida en una cárcel no sea cuestión solo de tener dinero. La dignidad del trato que deben tener los presos jamas se puede permitir entre en un negocio sucio.
Parece un planteo utópico, pero siempre es posible mejorar aún lo que se está pudriendo. Y que no nos cuenten el versito que un “Testigo de Jehová” estaba desarmado de consigna en General Alvear el día de la triple fuga. Hasta en el exterior se ríen de nosotros.
Por Jorge D. Boimvaser