Desde
el domingo a la noche la Argentina es otra. Aunque era esperado en
los últimos días, el triunfo de Mauricio Macri fue recibido por la
mayoría de la sociedad con alivio. Se respira en la calle el clima
de un nuevo tiempo, de respeto y convivencia en el marco de la ley.
No
fue un empate, como expresó insidiosamente el derrotado Jefe de
Gabinete, Aníbal Fernández. El sistema de ballotage lleva
necesariamente, salvo casos excepcionales (como la contienda entre
Chirac y Le Pen en Francia) a una polarización electoral en la que
los votos de ambos competidores orillan el 50%. Los tres puntos de
distancia entre Macri y Scioli parecen pocos en relación a los datos
que brindaron los boca de urna, pero constituyen una mayoría clara.
Tal vez la difusión de esas estimaciones tempranas pudo haber
relativizado lo que en realidad debía haber sido la noticia
principal: que el segundo en la primera vuelta logró revertir esa
posición en la segunda.
Pero
nada de eso es relevante a la luz del acontecimiento auspicioso de
que la Argentina ha conseguido equilibrar el poder y darse una
alternancia. No hay verdadera democracia sin alternancia. Un
matrimonio habrá gobernado doce años y medio, y aspiraba a
perpetuarse mediante un candidato que no hubiera podido adoptar
decisiones autónomas. Basta saber qué países ha tomado el
kirchnerismo como modelo para entender que los cambios de signo
político, naturales en las de democracias maduras, no estaban en sus
planes.
Ya
el lunes empezó distinto. Mauricio Macri convocó a una conferencia
de prensa, como presidente electo, y contestó serenamente todas las
preguntas que los periodistas le formularon. No hubo admoniciones,
sermoneos sobre intenciones ocultas ni agresiones de ningún tipo.
Otros altos dirigentes del PRO acompañaban a Macri y contestaban con
naturalidad, sin temor reverencial, casi sin pedir permiso.
No
perdió un solo día
en señalar con claridad las que serán las líneas maestras de su
administración. Desde el lunes por la mañana y luego en numerosos
reportajes a medios gráficos, radiales y televisivos, expuso los
ejes que guiarán sus primeros pasos en el gobierno.
La
declaración de emergencia en materia de seguridad muestra que el
presidente electo tiene cabal conciencia de la enorme preocupación
que este tema despierta en la sociedad, y en especial en los sectores
más desfavorecidos.
En
el plano internacional, ha anunciado dos iniciativas que cambian en
180 grados el sentido de la política exterior seguida en los últimos
años:
1)
la derogación del infame memorándum con Irán sobre la
investigación del atentado a la AMIA;
2)
el pedido de suspensión de Venezuela como socio del Mercosur, por la
violación de derechos humanos del régimen de Maduro.
Estas
dos acciones marcan sin medias tintas el nuevo rumbo, que no es otro
que la pertenencia plena al ámbito de las naciones democráticas del
mundo.
Recuperada
la confianza internacional, se comenzará a normalizar también la
situación del inexplicable default. No se trata de pagar lo que no
se puede pagar, sino de negociar seriamente, teniendo en cuenta los
compromisos asumidos y la existencia de un fallo firme de un tribunal
al que la propia Argentina le otorgó jurisdicción.
El
nefasto cepo será levantado una vez que se ponga un mínimo orden en
la economía y que el Banco Central recupere las reservas
irresponsablemente rifadas por la actual gestión. En el horizonte
habrá un tipo de cambio único y libertad cambiaria.
Un
cambio copernicano ha sucedido en el país. El relato ha sido
sustituido por la realidad, la gesta ilusoria por el trabajo
constante en pos de las soluciones concretas, el grito destemplado
por la media voz del estilo argumentativo.
La
revolución es ser un país normal. Una vez que Macri asuma y a
medida que pasen las semanas, nos asombraremos sobre todo por lo que
no pasa. El presidente es un ciudadano más que cumple
circunstancialmente una alta función, no un "instrumento de la
historia". Se puede disentir sin ser considerado un enemigo de
la patria, financiado por oscuros intereses.
En
fin, un país que se normaliza serena y alegremente, sin odios ni
revanchismos, que mira hacia adelante despojado ya de tutelas
mesiánicas y que apuesta a sus propias energías para encarar la
fascinante aventura del desarrollo.
Son
muchos y complejos los desafíos del nuevo gobierno, pero los
ciudadanos lo apoyarán al sentirse tratados con respeto y al ver que
las autoridades trabajan duramente para que cada día mejore la
calidad de vida, especialmente de los que menos tienen.
La
democracia republicana estuvo en peligro. Los argentinos la
rescatamos del abismo al que podía caer y le confiamos a Mauricio
Macri que nos lidere en este nuevo tiempo de la consolidación del
Estado de Derecho, el desarrollo económico y la equidad social.
Cambiamos.
Dr. Jorge R.
Enríquez