La de 2002 fue, como dijera el ex ministro Lavagna, un caso de devaluación exitosa. Motivo de papers internacionales. Fue bastante corto el tramo de sus contenidos más dolorosos, y pronto se perfiló un horizonte de salida, con los nuevos y correctos precios relativos asentados. El éxito dependió de circunstancias y de políticas. De aquí arrancó uno de los quinquenios económicos más notables de nuestra historia.
Respecto del proceso incoado desde finales de 2013, con hitos tales como el intento gradualista inicial y el ajuste discreto entitativo del dólar cerca del cierre de enero, hay temores en el sentido de que ese proceso se proyecte de modo más extendido e indefinido en el tiempo, con implicancias molestas. Atisba un riesgo de anomia, hasta hallar la última devaluación, como dicen algunos, en el que se plante definitivamente un equilibrio, probablemente, con una economía a nivel más bajo. Habiendo recorrido una ruta ríspida.
En esta ruta, dado un contexto amplio, la intensificación de la rotación cambios sucesivos de valores que se alternan y se enciman unos sobre otros de los distintos precios y demás variables, tiende a constituir un rasgo esencial. Asociado con esto, y no antes como pregonaban algunos, se torna un riesgo tangible la presencia de una estanflación, con simultáneas instancias de debilitamiento de la actividad y de alza de la inflación efectiva, en sentido progresivo.
Al respecto, hay explicaciones más ortodoxas vgr., citando problemas de información, y más heterodoxas, como la estanflación estructural, más ligada a las rigideces de oferta, aunque, a la postre, deba asumirse la incidencia de la incertidumbre.
En pos de un nuevo equilibrio de precios relativos, las recurrentes variaciones de los mismos que se dan en el tránsito previo (con una básica inflexibilidad bajista de los precios), llevan a que los impactos de las subas vgr., de distintos precios, salarios, tipo de cambio que, como se dijo, se enciman unos sobre otros, instiguen una resultante general de precios, o inflación, de sesgo alcista.
A la vez, el interjuego entre inflación y rotación de precios relativos, tiende a deparar, como secuela, el deterioro del nivel de actividad y el enrarecimiento del mercado laboral, ciñéndose el horizonte inversor. Ocurre que las energías económicas de los operadores son ascendentemente succionadas por ese interjuego, incluidas las maniobras de prevención-anticipación probablemente involucradas. En tal espectro, la actividad económica y el empleo, por su parte, van siendo relegados.
Adviértase, asimismo, que si ese cuadro arraiga impulsos de demanda encarados por vía fiscal y/o monetaria con intención activante, se exponen crecientemente a ser chupados por el espectro aludido, el que puede llegar, incluso, a agudizarse. Más aun: alcanzado un determinado punto crítico de insistencia, asoman procesos más rudos (megainflación, hiperinflación).
Si el relato aquí esbozado, que pinta un escenario fastidioso pero posible, tiene algún asidero, queda definida la prioridad de la política económica (aunque, claro, las circunstancias influyen): encauzar la rotación de variables en un orden menguante. Como si se diera la convicción, por ejemplo, de que se está ante la última devaluación.
En el andar, habrá paradojas. Como la necesidad, en su caso, de acudir a políticas que significan contener la demanda interna, aun con la actividad aflojando. Es que, como se explicó arriba, hacer al revés puede agravar la estanflación.
Asimismo, la referencia a la última devaluación, supone un rasgo cualitativo: ¿Qué equilibrio (matriz) de precios relativos debe quedar asentado? ¿Basta con aquietar el dólar nominal, como se logra ahora? Resolver ese rasgo exige atender al núcleo duro que gatilla la instancia en curso, que no es otro que la instalación de la restricción externa al reincidir en la sobrevaluación cambiaria real. Hay, pues, una cuestión relevante acerca de la suficiencia del nivel del tipo de cambio real.