La
elección de Francisco fue como la caída de un rayo en la escena política
argentina.
El kirchnerismo
quedó en las primeras horas paralizado, sin atinar a dar ninguna respuesta
articulada. Se desarrollaba la sesión en la Cámara de Diputados cuando se
conoció la noticia y desde la oposición se solicitó un cuarto intermedio para
que los legisladores pudieran escuchar las primeras palabras del Sumo
Pontífice. El jefe del bloque oficialista, que no da un paso sin la orden de la
presidente, no sabía bien qué hacer. Finalmente, ya sea por una decisión
"superior" o por temor, no se concedió el cuarto intermedio.
Luego
se conocería el frío, escueto y distante texto de salutación al Papa de
Cristina de Kichner. Un par de horas más tarde, ésta, en uno de esos cotidianos
actos partidarios que realiza con la excusa de alguna inauguración
intrascendente, habló 18 minutos y sobre el final le dedicó tres o cuatro al
tema que en esos momentos conmovía al mundo.
Esas
palabras fueron más reveladoras que la misiva oficial. La presidente nunca
mencionó al Pontífice por su nombre; sólo se congratuló de que fuera
"latinoamericano". El hecho de que fuera, además, argentino, no
pareció resultarle relevante. No lo elogió, no destacó sus cualidades, pero sí
se encargó de darle consejos y, de paso, de señalar que su gobierno realmente
había formulado una opción por los pobres, y que por eso eran tan criticado.
Lo
saliente fue el tono. La señora de Kirchner gritaba, con el ceño fruncido. Como
felicitación por una buena noticia, la voz y los gestos eran por lo menos
curiosos... Se notaba que el hecho la había afectado y que no podía
disimularlo.
En la
Legislatura porteña, cuando se iba a votar una declaración de beneplácito por
la elección de Francisco, el kirchnerismo y algunos bloques aliados se
retiraron. Pero las reacciones en el oficialismo no fueron, esta vez,
monolíticas. A los improperios de Luis D´Elía, a las infundadas acusaciones de Horacio
Verbitsky, no se sumaron todos. Algunos, como Gabriel Mariotto, adoptaron una
postura opuesta: elogiaron sin reservas al nuevo Papa.
Queda
claro que Francisco, sin proponérselo -porque su alto magisterio está muy por
encima de estas pequeñeces de pago chico-, es una piedra en el zapato del
kirchnerismo.
De todas formas, luego de esa reacción inicial,
hondamente visceral, y a la vista de la enorme empatía que Francisco despertaba
entre todos los argentinos, la señora de Kirchner debió volver sobre sus pasos.
Así, anunció que viajaría a Roma y pidió una audiencia con el nuevo Papa.
El Cardenal Bergoglio había solicitado unas catorce veces
audiencia con la presidente de la Nación, la que ni siquiera se dignó a
contestar su pedido. Pero en cuanto se dio la situación contraria, es decir, la
solicitud de audiencia de Cristina Kirchner a Francisco, éste se la concedió
inmediatamente.
No sólo eso: la honró con ser la primera Jefa de Estado a
la que recibió; y en un almuerzo, que se desarrolló en un lapso prolongado,
pleno de cortesía por parte del Santo Padre.
¡Qué formidable lección! ¿Sabrá aprenderla la
presidenta?
Pese a que en el encuentro se mostró cordial, es muy
dudoso qué así sea. No se cambia la personalidad de un día para el otro,
y menos a los 60 años.
Por lo pronto, ya en la reunión con el Papa demostró su
constante desubicación. Dijo en la conferencia de prensa posterior que le había
pedido a Francisco su intermediación con Gran Bretaña por la cuestión de
Malvinas. En primer lugar, esa cuestión era completamente ajena al objeto del
encuentro, que era la salutación al Sumo Pontífice en nombre del pueblo
argentino. Pero, además, ¿a quién se le puede ocurrir que Gran Bretaña aceptaría
como mediador a un argentino, que por otra parte ha hecho declaraciones
públicas sobre el tema en favor de la posición de su país?
También, en esas declaraciones posteriores, la presidenta
relató lo que según ella le dijo el Papa, quien podía surgir para un
desprevenido, si le daba crédito a esos dichos, como un fervoroso kirchnerista.
¿Cuál va a ser la postura del kirchnerismo en adelante,
superados los fastos de la asunción de Francisco? Les es muy difícil seguir
manteniéndolo como un enemigo, pero toda su política desde 2003 se basó en la
construcción permanente de enemigos. Son horas de incertidumbre en la cúpula
argentina. El factor Francisco es un elemento que aún no saben procesar.
¿Quién expresa la verdadera posición del kirchnerismo
sobre el Papa por estas horas?
¿La Cristina Kirchner del miércoles, fría y desafiante?
¿La de la audiencia del lunes, cordial y afectuosa? ¿La del acto de asunción de
hoy, con los ojos llenos de lágrimas? ¿Horacio González, el director de
la Biblioteca Nacional, que habla de "superchería" para denostar el
sentimiento religioso de millones de argentinos? ¿Verbitsky, que destila su
odio dominical inventándole a Francisco un pasado siniestro? ¿D´Elía,
que ve en la elección del Papa una nueva maniobra del imperialismo? ¿Carlotto,
que le exige un "mea culpa"? ¿O Mariotto, que lo defiende en "6,7
y 8"?
Lo cierto es que -hasta ahora, por lo menos- los
funcionarios kirchneristas no dicen una sola palabra sin el aval, aunque sea
implícito, de la presidente. Por lo tanto, no podemos creer que las
declaraciones hostiles de varios de ellos sean espontáneas. Menos aún la línea
editorial del programa "678", nave insignia del aparato
propagandístico geoebelliano del gobierno.
En consecuencia, es forzoso concluir que la misma mujer
que derrocha simpatía regalándole un mate al Papa y afecta emoción al lagrimear
en San Pedro es la que ordena que se lo ataque de un modo tan impiadoso.
Abona esa interpretación un informe publicado en El
Cronista Comercial, elaborado por el periodista Román Lejman, que afirma que en
las horas previas al Cónclave la embajada argentina habría operado contra el
Cardenal Bergoglio, mediante "dossiers" entregados a sus pares.
En las próximas semanas tendremos indicios más firmes del
rumbo del gobierno. También, del grado de tolerancia de la sociedad argentina
ante tanta hipocresía.
Esperemos que todos los argentinos hayamos interpretado
los signos de este nuevo tiempo, que ha comenzado con el Pontificado de
Francisco, tiempo de diálogo y no de confrontación, de unión y no de división,
de amor y no de odios, abrigando la firme esperanza de construir puentes que
nos unan y no de edificar muros que nos separen. Ojalá que así sea.