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UNA CONFISCACION NACIONAL Y POPULAR por Jorge R. Enríquez (*)


La expropiación de las acciones de Repsol en YPF ha sido la última de las jugadas del gobierno nacional. Fiel a su estilo, le imprimió un carácter épico y utilizó todos los recursos del Estado para convertir al 3 de mayo –día de la sanción de la ley- en una suerte de fecha patria. De paso, logró sacar por algunas semanas del centro de la escena a Boudou y su banda de amigos, los que nos van a imprimir los billetes, abdicando así de una potestad esencial inherente a la soberanía de las naciones: la emisión de moneda, que pasa, así,  de las manos estatales al sector privado.
Nada tiene de malo que exista una empresa petrolera estatal. Tampoco es negativo que haya empresas petroleras privadas. Muchos países optan por compañías mixtas. Pero esa no es la cuestión. Lo que la “recuperación” de YPF oculta es la desastrosa política energética del matrimonio Kirchner, que logró en nueve años revertir el autoabastecimiento petrolero que con tanto esfuerzo se había alcanzado primero con Arturo Frondizi y, más adelante, con Raúl Alfonsín.
Ante tanto derroche de nacionalismo petrolero, un observador que recién recalara en nuestras costas imaginaría que los actuales gobernantes libraron hace veinte años una dura lucha contra la privatización de YPF. Sin dudas, pensaría que quien le contara que fueron ellos los más entusiastas promotores de la privatización, le estaría haciendo una broma. Pero así fue. Hace pocos días, vi en una estación de peaje de la ruta Panamericana un cartel con la sigla “YPF” y la leyenda: “Oíd el ruido de rotas cadenas”. El problema de ese “relato” es que los libertadores de hoy fueron los encadenadores de ayer.
Aún en 2008 tanto creían en la propiedad privada de YPF que presionaron a Repsol para que vendiera el 25% de sus acciones a un amigo de ellos, Enrique Eskenazy, que compró un cuarto de la empresa sin poner un solo peso, ya que la operación se pagaría con las propias utilidades de la compañía. Repsol justificó esa insólita concesión de un préstamo monumental expresando que la familia Eskenazy era “experta en mercados regulados”.  Un bello eufemismo para no decir “capitalismo de amigos”, o para no usar la palabra “testaferros”, que suena tan fea.
Claro, con precios absurdamente bajos y con la necesidad de distribuir el 90% de las utilidades para pagar ese estrafalario préstamo, es lógico que no haya habido inversiones.
Tal vez sea necesario volver a una empresa parcialmente estatal, pero en cualquier caso el método ha sido confiscatorio y profundiza el descrédito internacional de la Argentina. Con menos confianza, habrá menos inversiones, menos exploración, menos petróleo y menos gas. Pronto se advertirá que la “soberanía hidrocarburífera” es un cuento chino más. Las economías no se desarrollan abrazándose a la bandera y tirando papel picado. Ese “fulbito para la tribuna” dura un suspiro.
Cuesta entender que la oposición haya avalado mayoritariamente este mamarracho, con la excepción del PRO y de algunos radicales, como Oscar Aguad, y diputados de la Coalición Cívica y alguna de las tantas expresiones del peronismo. El grueso de la gente no distingue esas sutilezas de votar en general a favor y en particular en contra.
El show terminó. Los problemas siguen intactos, o tal vez en un estado mucho peor, porque nadie en su sano juicio puede pensar que los incapaces que no supieron controlar, teniendo todas las potestades para hacerlo, permitiendo, así, el vaciamiento de la petrolera, vayan ahora  a poder administrarla.
(*) El autor es abogado y periodista
Viernes 4 de mayo de 2012
                                                                     Dr. Jorge R. Enríquez