Uno de los grandes males de la Argentina ha sido la dificultad para concederle legitimidad al adversario. En particular, este defecto se intensifica en los gobiernos populistas. Como se consideran a sí mismos la encarnación del pueblo, la patria o la Nación, es natural que estimen que quienes se les oponen son el antipueblo, apátridas, cipayos, para usar solo algunos de los calificativos con que suelen denostarlos.
En esos casos, los otros no son adversarios, sino enemigos. Puestos en ese rol, es lógico que se haga todo lo posible por mantenerlos alejados del poder. Si es por medios lícitos, mejor, pero si hay que apelar a vías menos ortodoxas no hay mayores problemas. El fin justifica los medios. Si la Patria está en peligro, no vamos a andar teniendo escrúpulos legalistas.
La alternancia es, entonces, una mala palabra. Ni hablar de la cooperación entre diversos partidos. A veces se la exalta, pero es solo cuando algunos de ellos se subordinan completamente al oficialismo. En los países de democracias más avanzadas (aunque hoy casi todos afrontan en mayor o menor medida los embates del populismo), la oposición no es percibida de esa manera.
En Gran Bretaña, por ejemplo, se habla de la " Muy Leal Oposición de Su Majestad", expresión muy antigua que transmite la idea de que tanto el partido que circunstancialmente forma el gabinete como el de oposición integran el gobierno británico. Para reforzar esa idea, dentro de la bancada opositora se forma el " gabinete en las sombras" (shadow cabinet), integrado por parlamentarios que ejercen una suerte de gobierno alternativo. Así, al ministro de Educación se le opone un ministro de Educación en las sombras, que lo controla, debate con él y también acuerda eventualmente ciertas políticas públicas en la materia.
La disposición física de la Cámara de los Comunes facilita este intercambio. En lugar del hemiciclo tradicional en otros Parlamentos y Congresos, los diputados se hallan enfrentados, cara a cara, separados por un pasillo. Si el partido opositor triunfa en las siguientes elecciones, su gabinete en las sombras cruza el pasillo. No siempre ocurre de este modo, pero el ejemplo ilustra bien de qué modo la oposición es parte esencial del sistema democrático.
Quienes formamos Juntos por el Cambio nos aprestamos en estos días a "cruzar el pasillo". Somos gobierno y en pocos días seremos oposición. Los argentinos pueden tener la tranquilidad de que seremos una oposición constructiva, seria, responsable, esa que nosotros no tuvimos, porque desde el primer día en la Casa Rosada Mauricio Macri fue tratado por el kirchnerismo como un presidente ilegítimo.
Todas las leyes que a nuestro juicio sean positivas para la Argentina serán apoyadas sin retaceos por nuestras bancadas en Diputados y en el Senado. Hubiéramos preferido, por cierto, que ganara Macri, pero jamás desconoceremos la legitimidad democrática de origen de Alberto Fernández.
Ahora bien, ese espíritu constructivo no significará ni remotamente un cheque en blanco. En especial, ejerceremos un firme control de los actos de gobierno y denunciaremos cualquier desvío respecto del Estado de Derecho y las prácticas republicanas. No es un prejuicio, sino una mera comprobación histórica, señalar que el peronismo no tiene las mejores credenciales en esos aspectos. Desde su nacimiento, como consecuencia del golpe militar del 4 de junio de 1943, ha tenido, con sus más y sus menos, una vocación hegemónica incompatible con el desarrollo de una democracia republicana.
Esperemos que, en esta oportunidad, ya sea por convicción o por no contar con las mayorías de otros tiempos, este nuevo gobierno mejore las prácticas institucionales de los anteriores de ese mismo signo político. La designación de una figura ajena en los últimos años al "cristinismo" y la moderación inicial de Alberto Fernández podían alentar esa esperanza. No obstante, en las últimas semanas han recrudecido, tanto por parte del presidente electo como de la señora de Kirchner, manifestaciones que nos retrotraen a las épocas en las que el kirchnerismo atacaba cotidianamente a la Justicia y al periodismo independiente. El bochornoso espectáculo de esta última frente al tribunal que la juzga por graves delitos de corrupción es inquietante. También lo es el avance indudable de la vicepresidenta electa sobre atribuciones que deberían corresponder al primer mandatario. ¿Asistiremos a un curioso experimento hipervicepresidencialista?
No nos anima el menor rencor. Al contrario, tenemos la más amplia voluntad de cooperación. Pero que nadie se engañe: hay por lo menos 41% de los argentinos que nos dieron el mandato de defender sin tibiezas las instituciones republicanas. Eso es lo que haremos.
Jorge Enríquez
Diputado nacional por CABA (Cambiemos-PRO)
Diputado nacional por CABA (Cambiemos-PRO)
