Por Jorge R.
Enríquez
El
acuerdo ha sido, en efecto, un instrumento central en la agenda de
Cambiemos. No es solo una necesidad derivada de su falta de mayorías
en ambas Cámaras del Congreso. Es una convicción profunda que se
condice con la personalidad del presidente, pero que también surge
de un cuidadoso aprendizaje de las lecciones de la historia
argentina. No habrá reformas sólidas ni duraderas si no están
respaldadas por un generalizado consenso.
El
pacto firmado entre el Gobierno nacional y las provincias se inscribe
en ese marco. No es una imposición unilateral; ni siquiera, como en
el pasado, un contrato de adhesión, cuyas cláusulas,
preestablecidas por una parte, son acatadas por la otra, aunque se
escenifique una reunión que genera la ilusión de la existencia de
negociaciones reales. En este caso, el Gobierno nacional presentó
una iniciativa y aceptó que se discutiera. Hubo concesiones
recíprocas, como en cualquier negociación seria. Lo que no hubo
fueron aprietes, amenazas, ejercicio abusivo del poder por parte de
la Nación.
El
diálogo y la buena fe permitió que todos los participantes
estuvieran dispuestos a resignar una parte de sus demandas para
beneficiar al conjunto de los argentinos.
No
se trata de poner todo patas para arriba de un día para el otro. El
objetivo, en este como en todos lo campos, es normalizar a la
Argentina. Llegar a ser un país normal, con más previsibilidad y
menos épica, es la gran revolución que estamos encarando.
Revolución paradójica, porque no consiste en tirar a nadie por la
borda sino en incluir a todos, pacíficamente, sin gestos
destemplados ni líderes mesiánicos.
En
el terreno fiscal, la Argentina carga con décadas de torpezas, de
giros inesperados, de puro voluntarismo. El llamado Fondo del
Conurbano es un ejemplo elocuente. Fue creado para favorecer al Gran
Buenos Aires, que es hoy la zona geográfica que menos recibe
recursos de esa fuente. Uno de los grandes males de nuestro país ha
sido el déficit fiscal crónico. Hemos querido vivir por encima de
nuestras posibilidades. Alguien lo pagaría en el futuro. Así se
incubaron las recurrentes crisis de hiperinflaciones o
hiperendeudamientos. Necesitamos reordenar cuentas, tanto las
nacionales como las provinciales, para no volver a caer en esas
terribles emergencias, que no son gratuitas: allí está el 30 % de
pobres que nos han dejado esas nefastas políticas, en un país
productor de alimentos y potencialmente riquísimo.
No
hay que esperar resultados mágicos de este acuerdo. Acaso, para los
que no somos jóvenes, lo mágico sea el acuerdo mismo. De seguir ese
camino podremos lograr que la estructura fiscal y tributaria no sea
un obstáculo, sino un aliciente para la llegada de inversiones tanto
nacionales como extranjeras, que son la palanca indispensable para el
desarrollo económico con equidad E inclusión social que tanto
necesitamos. Hemos dado un paso significativo para alcanzar esa
meta.