Pasado mañana, Cristina reaparecerá públicamente en la Convención Anual de la Cámara Argentina de la Construcción para cerrar el acto con un discurso en el hotel Sheraton de Retiro. El tiempo de su convalecencia arroja un balance asimétrico para su gobierno. Por un lado, el panorama electoral le da algunos motivos para sonreír al cristinismo. La fractura de UNEN a partir del estallido de cólera de Elisa Carrió es apenas el reflejo de la crisis interna que empieza a vivir la UCR. De seguir las cosas así, podría ocurrir que para las elecciones locales, en algunos distritos los radicales terminen aliados al massismo, en otros al macrismo y en los restantes presentándose como UNEN. Semejante espectáculo absurdo haría muy difícil que la UCR pueda enhebrar con Mauricio Macri o Sergio Massa una alianza para la elección presidencial. O sea, una gran oportunidad para que los operadores del gobierno hagan lo que mejor saben: fragmentar al máximo el arco opositor haciendo que el caudal que le que queda al Frente para la Victoria se cotice más de lo que vale.
Como contrapartida, el allanamiento dispuesto por el juez federal Claudio Bonadío a las oficinas de Hotesur SA, propiedad de la familia presidencial, sumado al descubrimiento de que Lázaro Báez puso una de sus cuentas bancarias en Suiza a nombre de una fundación trucha, habrían desatado la ira presidencial. Jorge Capitanich contestó con la acusación de golpismo judicial. La realidad es que el entorno presidencial está convencido de que Ricardo Lorenzetti está actuando coordinadamente con Ariel Lijo, Claudio Bonadío y varios jueces y fiscales más, empezando por Guillermo Marijuán y Carlos Stornelli. Es más, existiría en la Casa Rosada el convencimiento de que la decisión de los bloques opositores en el Senado de bloquear cualquier reemplazante que proponga el Ejecutivo para la vacante que dejará Eugenio Zaffaroni el 31 de diciembre próximo, también está orquestada con el presidente de la Corte Suprema, muy interesado en que en el año electoral no le aparezca ninguna figura que lo obligue a negociar. Con el fallecimiento primero de Carmen Argibay, luego de Enrique Petracchi y ahora la renuncia de Zaffaroni, a Lorenzetti se le hace fácil conducir el alto tribunal con el apoyo de Juan Carlos Maqueda.
Los jueces que empiezan a activar las causas por corrupción saben que tienen un problema político. Si avanzan en sus investigaciones durante el calendario electoral, el gobierno los podría acusar de intentar definir la suerte de las urnas. Pero si, en cambio, hay una tregua hasta octubre (o noviembre, si hay ballotage), los magistrados quedarían expuestos a las críticas de la oposición.
Mientras el cerco judicial sobre el poder se va estrechando desde Nevada hasta Brasil, donde aparece una conexión de Cristóbal López con el escándalo de Petrobras, a Cristina se le van acortando los plazos para tomar decisiones políticas claves.
Entre la espada y la pared
Hasta ahora el kirchnerismo tiene un juego dual en relación a Daniel Scioli. Por un lado, toleran su despliegue como candidato, pero por el otro, continúan con cierto nivel de hostigamiento para evitar que el gobernador ocupe el centro de la escena y empiece a desplazar a CFK, ya que toda la dirigencia querrá hablar cada vez más con el candidato y menos con la presidente saliente. Como demostración de que el objetivo es mantener a Scioli limitado, esta semana, en el senado bonaerense, el Frente Renovador logró sancionar un proyecto de Ley para que Scioli explique cuál es el gasto en publicidad que realiza el gobierno. No es la primera vez que se hace un proyecto de este estilo, pero lo que sí llamó la atención en la Cámara Alta fue el acompañamiento del bloque del FpV a la iniciativa del senador massista, Gabriel Pampin.
El caso es que Máximo Kirchner, Andrés Larroque y Eduardo “Wado” de Pedro empujarían el encumbramiento político inmediato de Axel Kicillof como mano derecha de ella junto a Scioli; o sea, su compañero de fórmula. La plana mayor de La Cámpora cree que, si el superministro lleva adelante en enero una exitosa negociación con los holdouts y consigue un acuerdo que saque al país del actual estado de default y desacato, su estrella brillará lo suficiente como para convertirse en una especie de heredero presidencial. De este modo, con un Kicillof controlando el Senado y los principales resortes de la economía, los camporistas piensan, en caso de ganar, convertir a Scioli en un presidente a medias, algo difícil de conseguir con figuras como Sergio Urribarri, Florencio Randazzo o cualquier otro precandidato oficial. Los tiempos se acortan velozmente, porque el gobierno necesita intentar ganar en primera vuelta para evitar un ballotage muy peligroso. Y para ello es imprescindible que en las primarias de agosto Scioli saque una importante diferencia de votos por sobre Massa y Macri. Para ello, según coinciden los consultores del oficialismo, a partir de enero, el ex motonauta debería hacer campaña intensivamente y recorrer el país como el candidato indiscutido del kirchnerismo. Por esto, justamente, La Cámpora y Carlos Zannini, aunque este último sin mucha convicción, insisten en que el inevitable protagonismo de Scioli hay que compensarlo urgentemente con el estrellato político de Kicillof.
Sin embargo, Cristina, alumna de su fallecido marido, desconfía en delegar tanto poder en su ministro favorito. Hay un antecedente reciente que lo dice todo. En julio pasado, días antes de que el juez Thomas Griesa declarara el default de Argentina por no cumplir la sentencia que ordenaba el pago de U$S 1330 a varios holdouts, hubo un recordado intento de salvataje. Entonces, el titular de la Asociación de Bancos de la Argentina (ADEBA), Jorge Brito, llevó al jefe de Gabinete, Jorge Capitanich, una propuesta por la cual las entidades de capital nacional aportarían una garantía por U$S 250 millones para facilitar el cumplimento de la sentencia en favor de los fondos que no aceptaron la reestructuración de deuda.
Los U$S 250 millones serían aportados por “todas” las entidades financieras que constituyen la Asociación. Esta alternativa tuvo una aprobación “de palabra” de los holdouts y motivó el inmediato viaje desde Caracas a Nueva York del ministro de Economía, Axel Kicillof. A cambio del depósito de los bancos argentinos, los holdouts estarían dispuestos a solicitar al juez Thomas Griesa la reposición del “stay”, es decir, una medida cautelar para que la Argentina pudiera cumplir con el pago de intereses de los bonos Discount en dólares bajo legislación norteamericana por U$S 539 millones, bloqueado desde el 30 de junio por disposición judicial, y cuyo período de gracia concluía ese 30 de julio. En una recordada foto tomada en esas horas tensas, Kicillof apareció saliendo de la oficina del mediador Daniel Pollack con los dos pulgares para arriba y expresión eufórica anticipando un acuerdo inmediato. Pero una llamada telefónica desde Olivos echó por tierra todo, desactivando la operación armada por Brito y que conducía el ministro de economía, que terminó explicando que él nada sabía de lo que habían conversado los banqueros argentinos y, horas después, CFK habló en la Casa Rosada para enterrar definitivamente el proyecto de acuerdo de Brito, que tanto entusiasmaba a Kicillof. La presidente había optado por montarse sobre “Patria o buitres” pero también habría recelado de que Kicillof se convirtiera en el gran negociador del acuerdo. Hasta algunos hablan de que lo reprendió severamente por haberse atrevido a avanzar con Brito sin el aval explícito de ella.
Así las cosas y con el tiempo corriéndole en contra, CFK temería que Scioli le ocupe el centro de la escena en los próximos meses, pero desconfiaría también de convertir a su economista estrella en la segunda figura del kirchnerismo.