Las cartas están jugadas.
De ahora hasta mediados del año
próximo, cuando se empiecen a dirimir las candidaturas
presidenciales, la economía sólo tiene dos escenarios posibles: 1)
la más optimista: una lenta agonía, con bajo crecimiento, alta
inflación y crecientes problemas de empleo; 2) la más pesimista:
una crisis, quizás de magnitud distinta a las crisis históricas,
por las diferencias de contexto.
La persistencia del gobierno
nacional en el error es difícil de explicar. Puede ser obstinación,
puede haber una estrategia destinada a dinamitar las chances de éxito
del futuro gobierno a fin de preparar la restauración kirchnerista
en 2019 (o antes), pueden mediar factores psicológicos.
Lo cierto es que la decisión
de incumplir el fallo de Griesa, y no sólo de incumplirlo sino de
desafiar abiertamente al juez, vino a agravar una situación de por
sí muy complicada.
El gasto público es enorme y
no puede ser financiado, a partir del aislamiento internacional de la
Argentina, con créditos externos. En consecuencia, habrá -ya lo
hay- un festival de emisión monetaria, que echará nafta en el fuego
de la inflación. Y profundizará esa tendencia la disminución de la
demanda de dinero por parte de la gente.
La caída de reservas se
acentuará. El gobierno mantendrá su actitud defensiva y seguramente
le dará nuevas vueltas al torniquete del cepo cambiario. La
consecuencia será (ya la estamos viendo) que las empresas contarán
con menos insumos importados e inevitablemente contraerán más la
producción.
A ese panorama hay que agregar
la debilidad de las dos locomotoras del crecimiento de los últimos
años: caen los precios de la soja y se frena la economía de Brasil.
Además, en su último año de
mandato, sin reelección, la presidente tendrá una mayor debilidad
política. Será, como se dice en los Estados Unidos, una “pata
renga”. En la Argentina de 2014/2015, la pata estará aún más
renga por la tempestad económica que su empecinamiento en la mala
praxis ha desatado. Un caso de estudio para economistas, politólogos
y sociólogos: cómo dilapidar sin el menor beneficio el mejor
contexto económico que nuestro país vivió en toda su historia.
¿Cuál
es, en ese marco de irremisible crepúsculo oficialista, la
alternativa que pueda reencauzar el país a partir de diciembre de
2015?
El
peronismo presenta dos candidaturas principales. Dentro del Frente
para la Victoria, acaso sea Daniel Scioli quien obtenga el primer
lugar, mal que le pese a la señora de Kirchner, quien promueve otras
candidaturas para intentar que el motonauta - de insondables ideas
políticas - no sea su sucesor.
En el
peronismo que fue kirchnerista hasta hace muy poco, el candidato
indudable es Sergio Massa. Este sector tiene también su "relato":
todo iba bien con Néstor Kirchner; fue Cristina la que traicionó su
"legado".
Fuera
del espacio peronista, se recorta nítidamente la candidatura de
Mauricio Macri. Macri no sólo cuenta con una sólida base en la
Ciudad de Buenos Aires, sino que está creciendo a ritmo sostenido en
muchos otros distritos.
Falta
definir el candidato de UNEN, si es que esta alianza se mantiene. Si
logra hacerlo (en especial, si logra que se mantenga unido su tronco
principal, la UCR, el Partido Socialista y la Coalición Cívica),
seguramente las PASO van a potenciar a algunas de sus figuras.
¿Podrán
el PRO o el UNEN, sin aliarse, llegar a la segunda vuelta? No es
imposible, dada la fragmentación que inevitablemente ocurrirá, pero
no puede darse por seguro. Por eso, Elisa Carrió y algunos
dirigentes del radicalismo proponen una alianza electoral para que
ambas coaliciones diriman en las PASO una fórmula única.
Esa
convergencia debería superar viejos resquemores y recelos. También,
pruritos ideológicos como los que expresa, por ejemplo, Pino
Solanas. Hay que entender que no estamos en una situación normal,
que no se trata de una elección de una democracia europea en la que
la sociedad vaya a elegir un gobierno de centroizquierda o
centroderecha, sino si vamos a seguir en el camino de la decadencia
populista o nos vamos a atrever de una buena vez a construir una
república.
No es
tiempo de egoísmos y personalismos. Hay que levantar la mirada y
buscar los grandes denominadores comunes de quienes queremos por
sobre todo vivir en el Estado de Derecho. Sin instituciones sólidas
no hay progreso ni bienestar para todos.