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Volver a casa de los padres no es exclusivo de España


Volver a casa de los padres tras una mala época económica no es algo exclusivo de España, sino que también se empieza a ver en otras muchas partes del hemisferio occidental. En Estados Unidos se ha convertido un fenómeno que cambia la relación habitual n la que los hijos se independizaban poco después al dejar la Universidad porque tienen un trabajo.

Pero los crecientes préstamos sobre estudios debidos al creciente coste de las matrículas universitarias y el empeoramiento de las condiciones laborales ha cambiado las cosas. Según un estudio de la Ohio State University se ha pasado de un 17% en 1980 a casi la cuarta parte de los jóvenes de entre 20 y 34 años que viven con sus padres.

Además, hay quién afirma que mantener a un hijo adulto en casa cuesta entre 8.000 y 18.000 dólares anuales. A pesar de eso, ya no se considera un estigma vivir con los padres, sino que se ha convertido en algo más habitual y aceptado por la sociedad.

Vivir en casa de los padres, habitual en Europa

En Europa, vivir con los padres es habitual. Según los datos de Eurostat, en 2008, cuando la crisis no estaba tan avanzada como ahora, el 46% de los adultos jóvenes europeos entre 18 y 34 años vivía con sus padres, siendo un total de 51 millones, no en el continente, sino en la Unión Europea.

A pesar de la fama, España no era el país de la UE donde menos se independiza la gente, sino que otros muchos países de Europa oriental y meridional superaron ampliamente a España. Este estudio identifica como motivos para permanecer en casa de los padres la inestabilidad laboral, permanecer en casa para los estudios, trabajos que no permiten la independencia y que permanecer en casa de los padres reduce el riesgo de entrar en pobreza.

En concreto en España el 37,8% de los adultos jóvenes de entre 25 y 34 años vivían con sus padres en 2011, un porcentaje muy superior al de Dinamarca (1,9%) o Reino Unido (15,1%), pero inferior al de Polonia (44,4%) o Italia (44,7%).

Si la convivencia puede tener ventajas, como el ahorro de coste o la colaboración familiar, no es algo bueno cuando se trata de una situación forzada por las circunstancias y no voluntaria por parte de los que conviven. El problema no entra en que varias generaciones convivan bajo el mismo techo, que es un factor bastante cultural, pero sí de que sea por motivos económicos.