En
forma coincidente, algunos de los más respetados analistas políticos
centraron sus columnas dominicales en La Nación, Clarín y Perfil,
entre otros, en el estado emocional de la presidente de la República.
Es un
aspecto que desde hace tiempo motiva comentarios más bien
asordinados, pero que las intervenciones públicas de la señora de
Kirchner de la última semana hicieron salir a la luz pública con
toda su crudeza.
En tales
exposiciones, en especial en una que realizó en cadena nacional con
la excusa de presentar una línea de créditos para jubilados
financiada con el dinero de...los jubilados (parece kafkiano, ¿no?),
se la vio incoherente, con notorios desvaríos, cambios de humor y
una potenciación de su ya constante autorreferencialidad.
En lugar
de aportar rumbos ciertos y argumentos racionales, sus discursos
giran cada vez más sobre sí misma. Ha ido acentuando el patetismo,
el carácter sacrificial de lo que sólo ella ve como una gesta
heroica, y ahora agrega a ese inverosímil relato la adjudicación de
culpas a los argentinos, quienes no estaríamos a la altura de ella y
su finado esposo.
¿Es
realmente el producto de una afección emocional o psíquica, o se
trata de sobreactuar ciertos rasgos que desde el comienzo de su
viudez tuvieron particular relieve en las encuestas de opinión?
Si esta
última fuera la respuesta, debería saber que hay un punto en que la
puesta en escena permanente del dolor por la pérdida de un ser
querido puede convertirse en un elemento más bien ridículo. Todas
las personas de cierta edad hemos perdido a familiares o amigos
cercanos. Es la ley de la vida, y no hay sentimiento más respetable
que esa aflicción.
Pero
cuando, de un modo ostensible, se pretende extraer un rédito de ese
dolor, hay una mezquindad que tarde o temprano se hace evidente. Y
entonces puede ocurrir que la reacción de quienes debían ser los
destinatarios de esa comedia sea dura e irrevocable.
Hay
también, en esas actitudes presidenciales, toda una concepción del
poder. Para los Kirchner, no valen las instituciones. El Estado son
ellos. Por eso hacen y deshacen sin dar mayores explicaciones, sin
atenerse a reglas generales, sin siquiera volcar esas decisiones en
leyes o decretos. Así, por ejemplo, en medio de uno de esos
discursos, la presidente resolvió que no enviaría más a la
Gendarmería a las provincias.
El caso es
digno de un breve comentario. Se sabe que nueve gendarmes perdieron
la vida cuando transitaban una ruta en las proximidades de Cerro
Dragón, adonde habían ido para auxiliar a las fuerzas provinciales
en el grave conflicto allí suscitado. Fue un accidente de tránsito,
de los tantos que, lamentablemente, a diario ocurren en las rutas
argentinas. Pero la primera mandataria vio en él una señal de
alguna conspiración ("Quienes buscaban a un muerto, ya lo
tienen") y decidió en el acto que ya no mandaría gendarmes ni
fuerzas federales a ninguna provincia, aún cuando lo ordenara un
juez. "Que me procesen", desafió.
Es decir,
se puso, según su propia confesión, al margen de la ley. ¿Se
atreverá algún juez a procesarla?
ORDEN PRESIDENCIAL: ZONA LIBERADA
Otro
aspecto muy preocupante del "Aló Presidenta" de la semana
pasada fue la decisión, también adoptada sobre la marcha durante
su caótica alocución, de retirar a la Policía Federal de las
inmediaciones de la Plaza de Mayo el día en que iba a realizarse el
acto convocado por Hugo Moyano.
¿Cuál
fue el motivo de tan extraña determinación? Uno solo: tratar de
disuadir a quienes podían concurrir espontáneamente para que no lo
hicieran, al temer por su seguridad.
Fue un
hecho gravísimo. La Jefa de Estado se despreocupó expresamente de
la seguridad de una parte de los ciudadanos, sólo porque era un
sector de la población que iba a formular reclamos de manera
pacífica, estableciendo una verdadera "zona liberada".
Afortunadamente,
nada ocurrió. ¿Pero qué hubiera pasado si había hechos de
violencia? ¿Es lícito que un gobernante abdique de su deber de
proteger la seguridad de sus conciudadanos?
¿Y cuál
sería el fundamento alegado (el real es el que antes señalé) de
esa decisión? Imposible saberlo porque se actúa con el estilo
Moreno, a través del hecho consumado, sin actos administrativos, que
deben ser motivados.
Dr. Jorge R. Enríquez