En un reciente artículo publicado en La Nación, el ensayista
Alejandro Katz se pregunta qué es lo más característico del kirchnerismo y
concluye que es la mentira, a la que ejerce como un arte.
Entre las mentiras más evidentes se encuentran los
datos de la inflación. Desde principios de 2007 todos sabemos que los índices
que difunde el INDEC no reflejan el verdadero aumento de los precios sino
aproximadamente un tercio de los valores estimados por las consultoras más
serias.
El efecto de la mentira ha sido acumulativo. La
brecha entre la inflación real y la dibujada es ya enorme. Nadie, ni el propio
gobierno, se guía por esta última. Como los funcionarios no dan conferencias de
prensa ni se prestan a entrevistas más que en los hegemónicos medios adictos,
la mentira sigue circulando sin mayores consecuencias políticas. Es casi una
ficción consentida.
Ese blindaje, que les evita a las autoridades el
esfuerzo de argumentar, fue impensadamente perforado por una periodista griega.
No hace falta relatar el episodio, que ya es vastamente conocido. Sería
gracioso, si no fuera patético, ver al ministro de Economía balbucear y luego
tirar la toalla con una frase que ya tiene destino histórico ("Me quiero
ir"), ante la simple pregunta acerca de la inflación en la Argentina.
Claro, para mentir siempre con convicción hay que
tener una cara de piedra de la que tal vez el dubitativo y asustadizo Lorenzino
carezca. Quizás en el fondo de su conciencia algún pequeño escrúpulo lo haya
hecho sonrojar. Ni Carlos Kunkel ni Diana Conti hubieran incurrido en semejante
hesitación.
Pero, ¿es mejor Lorenzino por no ser un buen mentiroso?
No, porque nadie lo obliga a ocupar el alto cargo que - formalmente, al menos -
desempeña. Si tuviera un mínimo de dignidad, hace rato que hubiera renunciado.
Nadie sabe bien qué rol juega. Parece más pintado que los índices del INDEC.
Lo penoso es que cada día montones de inversores
piensan lo mismo: "Me quiero ir". Sin reglas claras, sin respeto por
las leyes y los contratos, con la única certeza de que las arbitrariedades
serán mayores, nadie arriesga un peso en la Argentina.
Somos muchos, sin embargo, los argentinos que no
nos queremos ir y que estamos dispuestos a luchar por un futuro de dignidad
para nuestros hijos y nuestros nietos.
La carta ocultada
Trascendió hace unos días que el Papa
Francisco le había enviado a la presidenta de la Nación una carta en la
que le recomendaba que promoviera el diálogo y el consenso entre los
argentinos.
Esa carta fue cursada poco después de la
entrevista entre la mandataria y el Póntífice, ya hace más de un mes. Sin
embargo, el mayor sigilo rodeó ese hecho.
Por lo demás, es evidente que la señora
de Kirchner, pese a la sobreactuación que le imprimió a su visita a Roma,
acuciada por las encuestas, no ha seguido ninguno de los sabios consejos del
Obispo de Roma.
Lo vemos en el tratamiento
"exprés" del paquetazo judicial, por ejemplo. ¿Qué diálogo puede
haber cuando no se permite el debate libre y los proyectos se deben votar como
lo decide el Poder Ejecutivo?
Si ha habido algunos cambios es por
sugerencias de figuras del propio oficialismo, como el periodista Horacio
Verbitzky, pero son modificaciones menores.
La presidente argentina podría decir, parafraseando
a Enrique IV de Francia, que el poder bien vale una misa, pero sus actos son
puras formas exteriores. No ha comprendido, no ha querido comprender, el hondo
significado de las palabras de Francisco.
Le cuesta asumir esa "projimidad" de
la que siempre hablaba el Cardenal Bergoglio. De otra forma no se explica su
ninguneo a millones de argentinos que salieron a las calles a pedir por una
justicia independiente y un país sin corrupción.
Dr. Jorge R. Enríquez