¡Qué momento tan especial y motivante aquellas horas previas a emprender un nuevo viaje! Esa nueva aventura que nos llena de emociones. Sentimos correr por nuestro cuerpo una energía positiva y movilizante. Ya sea si viajamos por negocios o nos tomamos unos días de descanso, ese camino que encaramos nos pone ansiosos, nerviosos, y hasta a veces nos genera una dosis de miedo. Si queremos sacarle el mayor provecho al viaje, tenemos que organizarnos. Hay que elegir a dónde vamos a ir, cuál va a ser nuestro recorrido y por qué queremos ir a esos lugares. Además tenemos que ver dónde nos hospedaremos, qué ropa y demás cosas llevaremos, y qué actividades vamos a hacer. Sin dudas, el armado de las valijas puede resultar una actividad tediosa y estresante a horas de que partamos. Mientras los minutos y segundos corren como la cuenta regresiva de una bomba de tiempo, debemos concentrarnos en todo lo que vamos a necesitar una vez que estemos en nuestro destino. ¡Como para no estresarse! |
Un pasaje al mundo financiero Si pensamos a la travesía de la inversión financiera como un viaje, la confección del portafolio se asemeja mucho al armado de las valijas. Ambas actividades nos exigen el más riguroso ejercicio de futurología. Cuando hacemos las valijas, nos interesa saber cómo va a estar el tiempo en nuestro lugar de destino. ¿Va a hacer frío o calor? ¿Vamos a un lugar lluvioso o seco? Averiguamos lo que dicen los servicios meteorológicos y los sitios de turismo, Y, según las distintas condiciones climáticas que nos pueden tocar, metemos dentro de la valija la ropa y el calzado que más se ajuste a las predicciones. En cambio, cuando armamos una cartera de inversiones, nos sumergimos en la compleja realidad económica del país. Formamos nuestra visión de lo que está pasando en base a lo que percibimos día a día en nuestro trabajo, cuando salimos a hacer las compras o cuando hablamos con nuestros familiares y amigos. A la vez, leemos columnas de prestigiosos analistas económicos y financieros para tener una visión más amplia que nos permita contestar una serie preguntas clave sobre la actualidad económica. ¿Hay trabajo? ¿Se vende más o se vende menos? ¿Va a subir la inflación? ¿Qué va a pasar con el dólar? En ambos casos las respuestas que obtenemos no son del todo concretas y nos obligan a manejarnos con probabilidades. Siempre hay una cierta chance de que llueva o refresque en el lugar donde estemos. O de que los precios suban más o menos rápido y que el dólar se dispare. Por eso, así como en la valija metemos ropa abrigada, liviana e impermeable, en nuestra cartera de inversiones incluimos activos que nos protejan de una eventual escalada del tipo de cambio o de una aceleración de la inflación. Por ejemplo, si creemos que nos van a tocar varios días de frío abundarán en la valija las camperas, sweaters de lana y pantalones gruesos. Del mismo modo, si creemos que es muy probable que el tipo de cambio va a aumentar en el futuro destinaremos gran parte de nuestro capital en la compra de activos dolarizados, ya sea bonos, cedears, acciones que no dependen del mercado argentino y hasta billetes de dólar. Pero también sabemos que, por momentos, es posible que no se dé lo que estamos esperando. Puede pasar que estemos abrigados y sintamos calor bajo los rayos del sol o porque nos hospedamos en hoteles bien calefaccionados. Para esos momentos conviene llevar también ropa liviana y cómoda. En el mismo sentido, es posible que el dólar no vaya hacia arriba por una medida imprevista de política económica o porque simplemente el mercado puede considerar que el tipo de cambio está caro. En ese caso también nos servirá tener en nuestra cartera una proporción menor de activos en pesos, que se vean beneficiados con la apreciación de nuestra moneda. Pueden ser bonos a tasa fija o variable, o que ajusten por inflación. No elegiríamos invertir en plazos fijos porque sólo excepcionalmente suelen pagar rendimientos mayores a la inflación. Antes y después del viaje A la hora de hablar de riesgo, la similitud entre viajar y armar una cartera de inversiones pasa por cómo esperamos sentirnos en cada caso y las chances de que no suceda lo que esperamos. Por ejemplo, si planeamos pasar unos días de descanso en un resort pegado a una playa paradisíaca de una isla del Caribe, podemos esperar y es muy probable que al final del viaje nos sintamos relajados y renovados. Esto puede asemejarse a una inversión en bonos en dólares de corto plazo, donde uno sabe de antemano qué rendimiento va a obtener y es muy difícil que se dé algo distinto a lo que uno espera. En cambio, una inversión en activos de riesgo como las acciones o los bonos de largo plazo puede asemejarse a aquellos viajes de trabajo en los que ponemos todas expectativas en cerrar los más ambiciosos y determinantes acuerdos comerciales. Si se concretan, sentimos como una ola de satisfacción y alegría nos envuelve. Pero si esos acuerdos se caen, sentimos una enorme desilusión a la vuelta de nuestro viaje. Dicho esto, ya podemos armar nuestra cartera según el “viaje” que queremos hacer y el destino al que queremos llegar. Buen viaje Bruno Perinelli Para CONTRAECONOMÍA |