DAVOS, EL REENCUENTRO DE LA ARGENTINA CON EL MUNDO Por Jorge R. Enríquez


Hemos señalado muchas veces que el kirchnerismo no creó, sino que profundizó gran parte de los males de la Argentina. Uno de ellos es el aislamiento internacional.
Hay quienes creen que ese factor explica en buena medida la decadencia de nuestro país a partir de mediados del siglo pasado. La ruptura del orden constitucional en 1930 -y su secuela de proscripciones- es un elemento insoslayable en ese proceso, pero el alejamiento del mundo constituyó su consolidación. La Argentina había protagonizado un asombroso crecimiento desde las últimas décadas del siglo XIX, cuando se incorporó vigorosamente a los circuitos del comercio internacional. Las características de esa inserción - en la que nosotros, como regla general, exportábamos materias primas e importábamos manufacturas - debieron revisarse desde los años treinta, pero en lugar de buscar otras formas inteligentes de relacionarnos con el mundo, caímos en un mal entendido nacionalismo, de sesgo autárquico. 
En el plano político, el aislamiento se manifestó en la inocultable simpatía - disfrazada de neutralidad - que el régimen de facto nacido el 4 de junio de 1943 tenía por el Eje durante la Segunda Guerra Mundial. Brasil, pese a contar con un gobierno, como el de Getulio Vargas, autoritario y corporativista, fue más astuto respecto de sus intereses y apoyó a los Aliados. Al término de la guerra, era Brasil, no la Argentina, el socio elegido por los Estados Unidos en la región. 
Los Kirchner no aprendieron las lecciones de la historia. Retomaron un nacionalismo pueril que el propio Perón había abandonado durante su segunda presidencia, cuando buscó recomponer relaciones con la primera potencia mundial y facilitar las inversiones extranjeras. Una izquierda paleolítica acompañó esos gestos hostiles. Esa tendencia se acentuó a fines de 2005, cuando el presidente Kirchner alentó la organización de una "cumbre paralela" -verdadera congregación del populismo latinoamericano- para molestar al presidente norteamericano George Bush. 
El abierto desafío a los fallos del juez Griesa, cuya jurisdicción había sido determinada por el propio Néstor Kirchner, ahondó esa grieta. Volvimos al default. No admitimos que el FMI pudiera tener acceso a nuestras cuentas nacionales. No cumplimos con contratos pactados. Hasta con Uruguay, nuestro país más cercano en el afecto, terminamos peleados, pese a tener gobiernos "progresistas".
Es hora de revertir ese proceso, que solo puede conducirnos a mayor estancamiento y pobreza. El presidente Mauricio Macri está desandando el camino desde el inicio mismo de su gestión, pero su presencia en la reciente reunión de Davos marca oficialmente el relanzamiento de las relaciones argentinas con el mundo. Hacía 13 años que un presidente argentino no concurría a ese trascendente encuentro de la economía mundial. Es increíble que nuestro país haya desaprovechado las oportunidades que brinda dicho escenario. 
Macri y su ministro Prat Gay no perdieron un minuto. Mantuvieron decenas de reuniones con algunos de los principales líderes mundiales, entre ellos, el vicepresidente y el Secretario de Estado de los Estados Unidos, quienes se comprometieron a destrabar créditos y facilitar inversiones. El mundo quedó notificado de la existencia de un nuevo tiempo en nuestro país. El New York Times destacó a Macri como una de las presencias más importantes en Davos.
Sin esa recreación de la confianza internacional en la Argentina, será imposible emprender el camino del desarrollo. Abrirse al mundo no es perder independencia. Al contrario, los países que crecen de modo sostenible y se tornan sólidos son los que están en mejores condiciones de negociar con los demás desde una posición de fortaleza. Ya es hora de entender que el mundo, como lo fue en la etapa de apogeo de la Argentina, no es una amenaza, sino una oportunidad.