Martín
Insaurralde renunció a su banca de diputado nacional. Volverá a ser
intendente de Lomas de Zamora, cargo al que no había renunciado para
asumir su función legislativa; simplemente, había pedido licencia,
lo que siempre permitió anticipar lo que finalmente ocurrió.
Al
dejar la diputación a un año de asumirla, Insaurralde convirtió su
candidatura de 2013, retroactivamente, en una candidatura
testimonial, como antes lo fueron las de Sergio Massa y Daniel
Scioli, entre otros. Todo dirigente que ocupa un cargo electivo puede
renunciar antes de que venza su mandato para ejercer otra función.
Eso no es necesariamente censurable, aunque tampoco es lo ideal. Pero
en una realidad política muy dinámica como la argentina, puede
haber situaciones sobrevinientes que justifiquen esa decisión. Lo
inadmisible es que alguien se presente a elecciones sabiendo de
antemano que no ejercerá –o ejercerá por un breve tiempo- la
función para la que se postula. Esa modalidad constituye lisa y
llanamente una estafa política. Es una burla a los ciudadanos que,
si no tiene sanción jurídica (es lo que determinó en su momento la
Cámara Nacional Electoral, con la loable disidencia del doctor
Alberto Dalla Via), debería tener una sanción moral.
La
determinación de Insaurralde le ha valido duras críticas de algunos
prominentes kirchneristas, que manifestaron que el marido de Jessica
Cirio no tenía condiciones necesarias para ser diputado o que rara
vez concurría a la Cámara. De este último argumento deberían
cuidarse, ya que Néstor Kirchner solo se hizo presente –y por
pocos minutos- en una o dos sesiones. Pero, además, es muy curioso
que el oficialismo hable así de la persona a la que llevó a
encabezar nada menos que la lista de diputados nacionales por la
provincia de Buenos Aires y que publicitó como una estrella de
nuestra política.
No
menos testimonial es el cargo al que se quiere postular a Cristina
Kirchner en el Parlasur, fantasmagórico parlamento del Mercosur.
Está muy bien todo lo que se haga en pos de la integración
regional, pero el propósito de reglamentar en forma exprés esas
elecciones nada tiene que ver con esos principios continentales, sino
con necesidades proselitistas bien de cabotaje: ubicar a la líder
del FPV en las boletas de los comicios presidenciales y, de paso,
otorgarle fueros.
El modus
operandi,
en un caso y otro, es el mismo: engañar a la gente. Ni a Scioli,
Massa e Insaurralde les interesaba la Cámara de Diputados, ni a
Cristina Kirchner le interesa el Mercosur. En la Odisea, Homero
describe a Ulises como “fecundo en ardides”. El kirchnerismo lo
ha sido y lo sigue siendo de un modo infatigable. Los medios son
múltiples y a veces contradictorios entre sí; el fin, siempre el
mismo: conservar y acrecentar el poder, y asegurarse impunidad.
Estos
episodios desnudan el modo y el sentido con que la fuerza gobernante
actúa. No la anima el bienestar general, los intereses permanentes
del país, la mejora de la calidad de vida de sus habitantes, una más
adecuada inserción en el mundo ni ningún otro objetivo que pueda
ser compartido por la gran mayoría, sino las necesidades políticas
inmediatas.
Con
ese norte, todos los medios son válidos. En algún momento lo fueron
las candidaturas testimoniales; ahora son los cargos testimoniales.
Por
su parte, la oposición ha sido hasta ahora fecunda en personalismos.
Si no modifica drásticamente ese hábito, el viaje de los Kirchner
continuará, como el de Ulises, superando todos los obstáculos y
llegará a su destino, que será nuestra odisea.