La cumbre radical de anteayer tuvo un resultado previsible, ya que ningún sector interno tiene suficiente fuerza como para imponer una alianza nacional con Mauricio Macri o Sergio Massa. La reafirmación de una estrategia radical para presentar un candidato presidencial propio y la continuidad del FAU fueron dos conclusiones tan obvias como de pronóstico reservado. En una de sus intervenciones en la cumbre, Federico Storani desnudó la realidad que enfrenta su partido: “nosotros defendemos la continuidad de UNEN pero resulta que para ganar en ocho o nueve provincias necesitamos de alianzas con sectores ajenos a UNEN”. Esta contradicción no sólo está intacta sino que amenaza con profundizarse rápidamente. Ricardo Alfonsín asumió las banderas de la independencia partidaria al declarar que le causó mucho “daño” al Frente Amplio UNEN (FAU) el hecho de que algunos dirigentes plantearan la posibilidad de sumar fuerzas que “no tienen la misma visión sobre las prioridades del país”, como el PRO o el Frente Renovador. Este planteo principista hizo que de inmediato un nutrido grupo de dirigentes comentara que Alfonsín carecía de autoridad moral para hacer semejantes planteos después de haberse asociado a Francisco de Narváez en el 2011, con resultados francamente negativos. Aquella experiencia le dejó sus lecciones a la dirigencia radical, ya que, como se demostró en las urnas, buena parte de los votantes radicales, en rechazo al acuerdo con De Narváez, terminaron votando a la lista binnerista del Frente Amplio Progresista.
Lo cierto es que el mayor ganador del cónclave radical no sería otro que Daniel Scioli, porque es obvio que la UCR se encamina hacia varios meses de acuerdos puntuales con el massismo (como en Jujuy y Tucumán) o con el PRO (Córdoba) referidos a las elecciones locales, sobre todo a las que serán desdobladas de las nacionales. De este modo, la indefinición radical sobre una alianza con Massa o Macri para la elección presidencial, favorece el fortalecimiento del candidato natural del gobierno, Daniel Scioli.
Un cuadro en el cual el kirchnerismo puede llegar a enfrentarse a tres grandes fuerzas opositoras es casi ideal para la fragmentación de votos que le posibilitaría a Scioli alcanzar el 40% sin que ninguno de sus tres rivales llegue al 30%. O sea que el gobierno podría ganar en primera vuelta al no cumplirse las condiciones para que haya ballotage.
Vale todo
Trascendió de una de las consultoras que trabajan para la Casa Rosada que la estrategia del oficialismo en los próximos meses privilegiará tratar de instalar en la opinión pública la idea de que el kirchnerismo ganará en primera vuelta y que no habrá ballotage. Algo parecido al “Cristina ya ganó” del 2011, que tan buenos resultados dio.
En otro plano y con otros operadores, el cristinismo tendría un equipo especializado en sabotear el financiamiento de la campaña de Massa. El director del Banco Central, Pedro Martín Biscay, se ocuparía de instrumentar fuertes presiones sobre los grupos empresarios que aportan a la caja del Frente Renovador. Para conseguir que los mecenas de Massa den un paso al costado, el oficialismo no escatimaría recursos. La información base para presionar la proporcionaría Ricardo Echegaray desde la AFIP, aunque también tendría un papel clave el titular de la UIF, José Sbatella, que detectaría cualquier posible vulnerabilidad de los empresarios marcados que los exponga a eventuales denuncias sobre lavado de dinero.
El plan es simple: colocarle a Massa un cepo financiero que le impida contar con los recursos necesarios para organizar primarias exitosas en los 24 distritos. En esta guerra secreta hay reglas particulares. A la Casa Rosada le interesa que Massa no crezca pero tampoco quiere que se derrumbe. De ocurrir esto último, Macri podría beneficiarse y acercarse al hoy lejano 30% de los votos que lo colocaría en la segunda vuelta.