Desde hace tiempo, la economía recayó en un cuadro de restricción externa o escasez relativa de divisas, fruto endógeno del esquema aplicado a partir de 2010; el llamado cepo cambiario, tan disfuncional, derivó de ello, al decidirse al cierre de 2011 ratificar el retraso cambiario y combatir la restricción externa por la vía represiva, roma en generar dólares.
La faz actual es sensible. Persiste la restricción externa, pero, en defecto de alternativas, asoma la perspectiva de su endurecimiento, pesando un severo impasse en aquellos mecanismos pretendidamente generadores de dólares que atisbaron a raíz del giro de política de fines de 2013. Por un lado, casi se agotó el efecto real de la devaluación parcial perfilada a enero último, con lo cual volvimos a un muy hondo nivel de sobrevaluación cambiaria; a la par, el canal opcional a través de la cuenta capital en pos del reposicionamiento financiero externo del país, se ve muy amenazado por las secuencias ligadas al affaire Griesa.
En esto último, afirmándose la visual del default de tramo largo (según la semántica de los que tallan al respecto), se robusteció la imagen general gravitante. Acorde con lo dicho en nuestra nota de El Cronista del 8/8/2014, puja un sesgo alcista en los distintos tipos de cambio y la brecha involucrada, se complica el manejo del cambio oficial, se enrarece la liquidación de divisas de exportación y se entorpece la suma de reservas. Y con un superávit comercial que se debilita en el acumulado, declinado exportaciones e importaciones, trasuntándose, de paso, la instancia de estancamiento y de traba de importaciones.
Los rasgos citados, es obvio, estresan la política previa de baja de tasas de interés básicas, y ya hay indicios al respecto. Rasgos que, a la par, empalman con un mercado monetario que carga con un sesgo expansivo muy urgido por la dominancia fiscal que ejerce el Tesoro (con resultados primario y financiero que se deterioran), siendo que se perfila un molesto circuito de realimentación cuasi endógeno entre las necesidades monetarias del fisco, el acompañamiento del Banco Central, los expedientes de esterilización (con elevadas tasas y la sombra de déficit cuasifiscal) y la suerte de los bancos como principales suscriptores de aquéllos. Con una inflación aun alta y visos de suba de la velocidad de circulación del dinero.
Con tales coordenadas, y trascendiendo los vencimientos residuales para este año, según un horizonte más extendido, la vital dinámica de dólares luce en principio muy comprometida, aunque se usen recursos ad hoc.
El año venidero es severo en vencimientos de deuda externa, incluidas las obligaciones ligadas a los arreglos recientes, y, hoy por hoy, la hipotética refinanciación del pesado vencimiento del Boden 2015, pinta compleja si no se despejan las condiciones financieras. A su vez, el probable curso de los precios de los commodities, que nos es clave, sería menos glamoroso de cara al 2015. Sumándose algunos interrogantes sobre ciertos componentes claves del ciclo mundial (vgr., las tasas americanas).
Como si todo esto fuera poco, nuestro entuerto en la OMC deriva de los mecanismos comerciales muy expuestos aplicados ante la presión del retraso cambiario y la restricción externa, llega a sus fases finales con un rumbo adverso que asoma arduo de revertir. Las consecuencias no son inmediatas.
Proyectando el frente externo su compulsión sobre la economía, la restricción externa aun con condicionantes exógenos es un fenómeno, en el núcleo y en el origen, de propia factura, por las políticas erradas que vienen mellando los resortes para generar dólares adecuadamente. Esos resortes más específicos, por cierto, combinan con otros elementos internos de la economía, como la dinámica fiscal y monetaria y la inflacionaria, entre otros factores. El resumen a hoy, es que el sesgo de la restricción externa es a agravarse, algo perturbador para las chances de la actividad y de empleo.