El impacto del 11 de agosto fue muy
fuerte en el oficialismo.
Se
lo advierte con claridad en sus reacciones espasmódicas y contradictorias. La
noche de la derrota Cristina Kirchner montó una puesta en escena de algarabía.
Su discurso, el único en la sede del Frente para la Victoria -como única y
exclusiva se siente ella-, pareció el de una ganadora. Destacó que su partido
era la primera minoría, lo que es cierto, pero ocultó que en sólo dos años
había reducido su caudal electoral a la mitad.
Tres
días después, en Tecnópolis, su rostro, sus gestos, el tono de su voz y, sobre
todo, el contenido de sus palabras, ya no escondían la verdad: fue un verdadero
día de furia, matizado por su insólito desprecio a los representantes del
pueblo, su preferencia por el corporativismo y su "blooper" sobre los
votos de la Antártida.
Dejó
manifiestamente en claro que, como lo sostenía el dictador italiano Benito
Mussolini, no es la representación democrática de los ciudadanos lo que vale,
sino la representación corporativa de intereses.
Al
descalificar a los diputados y senadores mayoritariamente avalados, la
presidente descalificó, en verdad, al pueblo que los votó. En la
concepción de los populismos cesaristas, el "pueblo" no es toda la
sociedad, ni la mayoría de ella, sino una entelequia que se encarna
en un conductor, aunque éste resulte repudiado en las urnas por una
abrumadora proporción de ciudadanos.
Estas
declaraciones ratifican, por si hacía falta, la falacia de uno de los
latiguillos preferidos de los Kirchner desde 2003, el que insiste en que con
ellos volvió la política.
Lejos
de ello, con el kirchnerismo la política se fue evaporando cada vez más. Los
partidos políticos fueron deliberadamente debilitados, el Congreso pasó a
cumplir una función meramente refrendataria de las decisiones adoptadas por el
Poder Ejecutivo, se obturó el debate democrático y se intentó que una sola
persona reuniera la suma del poder público.
Señalar,
por lo tanto, que volvió la política es una de las tantas burlas a sus
compatriotas pergeñadas por quienes han hecho de la mentira y de la
malversación de las palabras un arte consumado.
Lo
que se fortaleció es el poder discrecional del presidente. Ni siquiera puede
sostenerse que se incrementó el rol del Estado, ya que, pese a la existencia de
un gasto público enorme, de imposible financiamiento a través de medios
genuinos, las funciones estatales se ejercen cada vez con menos eficacia.
Ahora,
ante un contundente cachetazo de tres cuartas partes de la sociedad, la señora
de Kirchner trata a los dirigentes avalados por el pueblo de
"suplentes" y les pretende negar legitimidad. Prefiere los encuentros
con corporaciones domesticadas, que le prestan el indecoroso servicio de
aplaudidores de sus extensos y caóticos discursos, que ya despiertan la visible
incomodidad hasta de sus funcionarios más obsecuentes.
¿Cómo
actuará el gobierno nacional en estos dos meses?
Hay
dos planos que deben considerarse, el de los gestos y el de las políticas.
En
el primero, es probable que, pasado lo peor del golpe emocional, la presidente
comprenda que si persiste en el estilo agresivo y si no reprime su enojo con
los votantes, la pendiente adquirirá perfiles dramáticos. Lo entendió en 2011,
cuando durante el período proselitista simuló un espíritu de paz y bondad
que, junto a su viudez -que siempre nos recuerda con el luto perenne- y la
reactivación económica, le dieron buenos réditos electorales.
También
lo entendió cuando el cardenal Jorge Bergoglio fue electo Papa y, en un brusco
giro, pasó de una primera agria reacción pocas horas después de la "fumata
bianca" a volar con presteza hacia el Vaticano al verificar la extendida
simpatía social por Francisco.
Puede
ocurrir, entonces, que ese aspecto, el de las formas, sea objeto de
rectificaciones en las próximas horas. Si no lo fuera, por la agudización de lo
que el doctor Nelson Castro ha identificado como el síndrome de Hubris, el
panorama venidero será muy delicado.
Pero
mucho más difícil le será cambiar el rumbo general de su gobierno en dos meses.
Modificar políticas tan equivocadas, llevadas adelante durante largos años, no
es sencillo. Menos lo es dar un cambio de timón de 180 grados en tan poco
tiempo cuando de esa forma se contradice frontalmente el "relato"
elaborado con tanta persistencia y tan abultado uso de los recursos públicos.
Por
otra parte, la realidad económica le marca caminos muy estrechos. Es imposible,
por citar sólo un caso, salir del cepo cambiario sin modificar radical e
integralmente el conjunto de las políticas, no sólo económicas. Si no se genera
confianza, la apertura de esa compuerta sólo puede terminar en una fenomenal
corrida cambiaria que el Banco Central no podría detener.
Por
lo tanto, cabe esperar algún ablandamiento discursivo seguido por acciones
destinadas a ganar tiempo sin adoptar medidas de fondo. En ese marco se
inscribe la vaporosa convocatoria al diálogo con corporaciones
empresariales y sindicales. Estas, para agravar el cuadro, han tomado nota de
los resultados del 11 de agosto y se expresan ahora con una soltura desconocida
hasta hace unos días.
En
2011 las elecciones generales profundizaron las tendencias esbozadas en las
elecciones primarias. Cristina Kirchner amplió su ventaja sobre sus
fragmentados competidores. Ahora bien puede pasar lo mismo, pero en perjuicio
del oficialismo. Se dio vuelta la taba.