Las elecciones marcan el ritmo de la economía - Fracchia-Llach CARAS BUENAS Y MALAS DE UN GASTO PÚBLICO EXCESIVO


El aumento de las erogaciones de los estados argentinos a lo largo de este siglo es impresionante pese a no conocerse con total precisión dado que las trampas del INDEC se han contagiado a otros ámbitos del gobierno. Sin embargo, nuestras (creemos que razonables) estimaciones nos muestran que el gasto consolidado de la Nación, las provincias, los municipios y las obras sociales llegó en 2012 a unos 1.128.000.000.000 de pesos o, para entenderlo mejor, a
247.600 millones de dólares, con un aumento de 210.000 millones de dólares o 17 puntos del PIB desde 2003. En el mismo período el gasto de la Nación llegó a 139.000 millones de dólares con un aumento de 120.000 millones.
La pregunta que muchos se formulan es ¿adónde fue a parar tanta plata? Las inversiones en capital físico explican 10% del aumento total 2003-2012, o sea
21.000 millones de dólares. No lucen, por las enormes deficiencias de infraestructura que se padecen, sobre todo en energía y transportes, incluso las que cuentas decenas de vidas en el ferrocarril Sarmiento o en La Plata. Hay también serias inconsistencias entre distintas cifras oficiales sobre inversión pública y esto aumenta la sospecha de que tanta plata no luce como debiera por lo mucho que queda en las cajas de funcionarios y empresarios corruptos. En el gasto corriente, en línea con el relato oficial, el social fue el de mayor aumento, dando cuenta del 65% del incremento total, con aportes muy relevantes del gasto previsional, con 23,7% del aumento consolidado y 34,1% del nacional; la educación, la cultura, la ciencia y la tecnología, con sólo 6,7% del aumento total del gasto nacional –pese al relato oficial-pero con un notable 30,9% del aumento del gasto provincial y la salud, con aproximadamente un 15%. Los dos últimos rubros muestran una significativa inversión en capital humano y el gasto previsional ha logrado cubrir con jubilaciones o pensiones a más del 90% de personas en la edad. Esta preeminencia del gasto social y previsional –cabe decirlo-es igual a la de los últimos veinte años. Lo que sí cambió, y mucho, fue la posibilidad de hacerse de los recursos para aumentarlos.
Claro, no todo es deslumbrante y hay falencias evidentes en la equidad, la cobertura, la eficacia y la sostenibilidad de este enorme esfuerzo social. El gran mentís en cuanto a la equidad es el descomunal aumento de los subsidios que, aun después de las correcciones del 2012, siguen beneficiando en buena medida a sectores de ingresos medios y altos del Gran Buenos Aires en desmedro de los más pobres y del Interior. En los primeros cuatro meses del 2013 están aumentando un 54,9% interanual y a fines de este año la suma total entregada desde 2003 estará cerca de 100.000 millones de dólares (sic), 57% destinados a la energía y 30% al transporte. No menos de la mitad de los subsidios energéticos se ha otorgado a sectores sociales con capacidad de pago. Claros problemas de cobertura del gasto se manifiestan, por ejemplo, en la asignación por hijo, un programa apoyado por casi toda la sociedad pero que el gobierno demoró hasta lograr arrebatarlo de manos de la oposición. Alegran por cierto sus aumentos recientes pero no son coherentes con la insuficiente cobertura. Según un reciente informe del Observatorio de la Deuda Social de la Universidad Católica, cerca del 50% de los menores de 17 años de hogares indigentes no recibían esta asignación en 2012. Y aunque estos hogares reciben otros beneficios sociales hay todavía un 18,7% de ellos y un 29,1% de los hogares pobres que no reciben ninguno. También es para celebrar que la ley de financiamiento educativo haya logrado el objetivo, también con gran apoyo social, de superar el 6% del PIB de inversión en educación. Pero su eficacia en lograr resultados ha sido pobre. Tanto en la escuela primaria como en la secundaria la calidad de los aprendizajes en la Argentina ha caído en los últimos 15 años del primer o segundo lugar en América Latina a entre el cuarto y el octavo según pruebas y niveles. Tampoco ha sido satisfactoria la ampliación de la cobertura, porque aunque aumentó bastante en la educación inicial todavía quedan más del 40% de los chicos de 3 y 4 años -en su enorme mayoría de bajos ingresos-fuera de esas salas, y la escolarización de los de 12 a los 24 años subió apenas de 60,5% a 61,7% entre 2001 y 2010. Groseros sesgos de cobertura se encuentran también en la discrecionalidad de la distribución de fondos entre provincias o municipios en la mayoría de los programas sociales, por ejemplo Techo Digno, Argentina Trabaja o Seguridad Alimentaria. La “regla” es clara: los más amigos o candidatos a serlo reciben más ¿Y el federalismo? Muy mal, gracias, y así nos va.

En fin, el problema menos visible pero quizás el más serio es el de la sostenibilidad de esta expansión del gasto. Hay años de fuerte licuación de la capacidad de pago del Fondo de Garantía de Sustentabilidad. Por ejemplo, sólo entre 2011 y 2012 ella se desvalorizó un 11,5% respecto del gasto previsional y, más allá de esto, cualquier cálculo actuarial del sistema jubilatorio muestra que es insostenible. Si bien el gasto público partió de niveles insosteniblemente bajos en 2003 hoy llega a casi un 47% del PIB, más que en Alemania, el Reino Unido y el promedio de los países desarrollados y unos 15 puntos superior al promedio de los emergentes. Hasta ahora pudo financiarse por un aumento enorme de la presión tributaria, que hoy se acerca al 41,5% del PIB con impuesto inflacionario (como corresponde) mientras que los otros 5,5 puntos son ingresos no tributarios o déficit.

Será imposible mantener en el futuro tales niveles de gastos y recursos, salvo milagros en el precio de la soja y si la Argentina no vuelve a crecer al 5% o 6% anual. Sin cambios pro-desarrollo en la política económica, que no se avizoran, se caerá también este último bastión del modelo kirchnerista, el del gasto público justiciero. Pese a tan cruda realidad la impiadosa apuesta del gobierno es tratar de que la hora de la verdad no llegue antes del 2015, quizás esperando que otro se haga cargo entonces e ignorando los importantes costos sociales que ocurrirán si no se corrige rápidamente este rumbo. Ante tamaño desafío es magro consuelo la reactivación en curso que, como se preveía, se ha acentuado en el segundo semestre pero cuya continuidad dependerá también, y mucho, de la política de aquí en más.
Juan J. Llach